Fragmento extraído del relato
El mejor sexo que nunca tuvieron
de Andy Quan
A George no le resulta fácil ser pasivo; a veces le cuesta relajarse y no consigue dejarse penetrar si una polla es demasiado gorda o demasiado larga. Por eso siempre le ha maravillado cómo dilata Max, lo relajado y flexible de su ano. No sólo le maravilla la de su ano, sino su flexibilidad en general. Un hombre tan corpulento y sin embargo capaz de levantar las rodillas hasta los hombros y desde allí colocar las piernas en ángulo recto. Han sacado los condones. El envoltorio de plástico cede fácilmente. George se unta primero el lubricante en la palma de la mano, luego en el látex y finalmente en la piel. George entra en Max con un único movimiento, más simple que una pelea. La ligera fricción entre sus respectivos cuerpo crea un calor parecido al que provoca un trago de whisky. George le folla un rato en la posición favorita de Max: de rodillas, con la mano de George en su estómago. Pero esta vez van a hacer que dure, van a follar todo el tiempo que puedan, todo lo a tope que puedan… y sin seguir ningún orden en particular. Echados en la cama: Max con una pierna en alto que apoya en el hombro de George. De pie, apoyándose Max en una esquina del armario para mantener el equilibrio, mientras George le empuja por detrás, con las manos apoyadas en ambos lados de la espalda. George apoyado de espaldas y Max encima de él, inclinándose de vez en cuando para besarle. Igual que un concierto que vuelve a su compás inicial, ambos vuelven al principio: la misma acción, las mismas posturas, Max aprieta todos los músculos internos de su cuerpo, como si contuviera la risa. Siente cómo su esfínter y su ano se encogen en torno a la polla de George que grita y gime al mismo tiempo.
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