Fragmento extraído de la novela
Pompas fúnebres de Jean Genet
Lo conocí cuatro años antes, en agosto de mil novecientos cuarenta. Tenía dieciséis años. Hoy, me doy horror a mí mismo por llevar dentro de mí, al haberlo devorado, al más querido, al único amante que me amó. Soy su tumba. La tierra no es nada. Muerto. Las vergas y los vergeles me salen de la boca. La suya. Me embalsaman el pecho tan abierto de par en par. Una ciruela claudia colma su silencio. Silencio de muerte. Las abejas se le escapan de los ojos, de las órbitas en las que las pupilas han fluido, líquidas bajo los fláccidos párpados. Comerse a un adolescente fusilado en las barricadas, devorar a un joven no resulta fácil. A todos nos gusta el sol. Tengo la boca ensangrentada, y los dedos. Con los dientes he desmenuzado la carne. Los cadáveres no suelen sangrar; el tuyo sí.
Aún le quiero. Incomparable con el amor por una mujer o una muchacha es el amor de un hombre por un adolescente. El encanto de su rostro y la elegancia de su cuerpo se han apoderado de mí como una lepra. He aquí su retrato: cabello rubio y rizado que llevaba muy largo. Tenía los ojos azules, grises o verde, pero extraordinariamente límpidos. la curva cóncava de la nariz era suave, infantil. Llevaba muy erguida la cabeza sobre un cuello bastante largo y flexible. La boca, pequeña, con el labio inferior muy marcada, estaba casi siempre cerrada. Era de cuerpo delgado y ágil, de paso rápido y perezoso. El corazón me pesa y sucumbe ante la náusea. Me vomito los pies blancos, al pie de esta tumba de mármol de Carrara que es mi cuerpo desnudo.
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