14.10.10

APUROS EN EL BAÑO


Fragmento extraído de la novela
Salvajes mimosas de Dante Bertini


Yo entraba en el cuarto de baño y me metía bajo la lluvia. El primo me seguía poco después, se acercaba al mingitorio y, simulando que meaba, me mostraba sus atributos. Yo respondía con una mirada que supongo estaba cargada de deseo, logrando que él entrara en erección. Cuando se desabrochaba el cinturón y comenzaba a bajarse sus pantalones, yo debía estar fuera de la bañera, agachado y secándome los pies, lo que dejaba mi boca a la altura de sus genitales. En aquel momento, él se acercaba balanceando su pene de izquierda a derecha hasta golpearme la cara. Casi siempre yo ofrecía una falsa resistencia que él debía forzar introduciendo su verga e, palpitante como un pequeño ser vivo, en la boca que en realidad lo esperaba complacida. Un día, ya agotados todos los prolegómenos, Ángel estaba de rodillas teniéndome a mí de espaldas sobre el refrescante piso de baldosas venecianas. Con sus piernas a los costados de mi cabeza, trataba de llegar más allá de mi garganta para que ni uno solo de sus casi diecinueve centímetros quedara fuera del estuche, cuando alguien trató de abrir la puerta que afortunadamente acostumbrábamos a cerrar con llave desde dentro. Era usted, papá que comenzó inmediatamente a inquirir sobre el porqué de aquel cerrojo y la identidad del responsable. Ángel, lívido, dio un respingo que llevó su maravilla al límite de mis posibilidades, atragantándome. Logré sacarla, chorreando semen, entre sonoras náuseas que fueron la respuesta involuntaria a las demandas exteriores. Dije que no necesitaba ayuda, que el malestar se me pasaría. Ángel de pie y recostado sobre la pared, parecía muerto, aunque con la rigidez de su polla que descargaba lentamente las últimas gotas del espeso líquido nacarino, ponían una nota de viva sensualidad a su imagen.

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