Fragmento extraído de la novela
Más allá del límite de Mike Seabrook
¿Qué sexo te atrae? / No lo sé. Creo que no lo sé, pero no estoy seguro. /¿ Cuál crees? / Los hombres. / Entonces creo que eres gay, ¿Quieres que siga, que te haga las otras preguntas? / ¿Me puedes contestar tú a otra antes? / Sí / ¿Qué sexo te atrae? / Los hombres. Entonces, puedes mostrarme si yo lo soy o no? Graham contuvo el aliento. Había sabido todo el tiempo adónde iban aparar, en qué tenía que acabar todo, pero cuando el muchacho lo soltó al fin, por segunda vez aquella noche, el efecto fue que su capacidad de previsión le resultó singularmente ineficaz a la hora de controlar la marea de sus emociones. Se recostó contra la almohada para aclarar la mente. Cuando al fin empezó a hablar, consiguió que su voz sonara sobria, cuidadosamente disciplinada y neutral, con objeto de ocultar el repentino latir de su corazón y la sensación de mareo que le hacía sentir náuseas y debilidad, y que amenazaba con dejarlo tumbado sin aliento ni palabra sobre la cama del hostal como un pez recién pescado.
El deseo, la pasión y el anhelo prendieron como una llamarada en su interior al tiempo que su meticulosa fachada de racionalidad se agrietaba y reventaba en pedazos. Al fin se revelaba tal como era: un animal joven y sano, sufriendo bajo el peso de años de represión sexual, ignorancia y distorsión en la cumbre de su potencia física. Todo ello ascendió hirviendo a la superficie en forma de tres monosílabos que salieron disparados de sus labios como balas de fusil. Tan pronto como se las hubo sacado de dentro se calmó, y sus próximas palabras sonaron tranquilas de nuevo. Sí mi querido Gram., sí que quiero. Quiero que me enseñes. Que me enseñes lo que soy ahora mismo./ Va contra la ley dijo Gram., apartando la colcha y las sábanas mientras hablaba para hacerle sitio en la cama a su lado. Nos veríamos en un lío tremendo con l policía si se descubriera alguna vez. Especialmente yo. Me atrevo a suponer que ya lo sabes, y que no te importa. No. Susurró Stephen, deslizándose en la cama su lado. A mí tampoco, dijo Gram. Y su voz sonó como un suspiro.
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