Fragmento extraído de la novela
El cordero carnívoro
de Agustín Gómez Arcos
Ostensiblemente, mientras le servía el vino a don Pepe, mi hermano Antonio, abrió las piernas y, en un visto y no visto, descubrió su sexo, tan hermoso como un pastel de monja. Fingió darse cuenta demasiado tarde y, con falsa torpeza, se replegó la bata sobre las rodillas. Con esa sonrisa empalmaría a un castrado. Ella, mamá, empalideció y vi que su pecho se hundía bajo el peso físico de un recuerdo concreto: Carlos. Y adiviné en su mirada, durante un momento, incendiada, que ella había vivido con papá todo lo que yo estaba viviendo con mi hermano. Su mano perdió la precisión y loca de ansiedad, cesó su actividad den el carrito. Recayó torpemente sobre el muslo, se deshizo como la cera caliente, etc. manchando de esperma los finos zapatos de tafilete donde los pies de mamá escondían su belleza. En cuanto vio el sexo de mi hermano, tan hermoso como el más hermoso fruto del árbol más hermoso de los veranos, el señor especialista dejó de comer con su avidez habitual. Yo empecé a beberme el chocolate clarito. No quería que la sonrisa que me cosquilleaba por dentro me asomara a los labios. Hubiera sido de mala educación y, sin saber por qué tampoco quería entristeces más a mamá. Pero no pude evitar hacerme una serie de preguntas. Algo que no encajaba. ¿Algo relativo al sexo? ¿Por qué? El sexo de mi hermano, descubierto adrede, o por casualidad, había desencadenado una serie de reacciones imprevistas en esta merienda familiar. Acostumbrado desde muy niño a considerar mi sexo y el de mi hermano como algo normal en mi vida diaria, las reacciones de don Pepe y de mamá, expuestas sin tapujos ante mi curiosidad, me desconcertaban, Comprendía que, a partir de entonces, tendría que tener mucho cuidado par ano manifestar ante los demás la misma libertad natural que tenía con mi hermano.
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