Fragmento extraído del Satiricón
de Petronio
Cuando estaba en Asia haciendo el servicio militar a las órdenes de un cuestor, estuve hospedado en una pensión de Pérgamo. Me encontraba muy bien allí: las habitaciones eran cómodas, y además el amo tenía un hijo guapísimo. Entonces urdí un plan para hacerme amante del chico sin despertar las sospechas de su padre. Cada vez que estábamos en la mesa y salía el tema de las relaciones íntimas con adolescentes, yo me irritaba tanto y prohibía con tanta severidad que se continuara ofendiendo mis orejas con tales obscenidades, que todo el mundo, y sobre todo la madre, me miraba como si fuera un filósofo. Y es así como comencé a acompañarlo al gimnasio, a dirigir los estudios y a darme yo mismo lecciones y preceptos para que no pudiera infiltrarse ningún seductor en la casa.
Un día que era fiesta y habíamos acabado antes, yacíamos en el comedor después de una larga velada sin ninguna gana de retirarnos. Hacia la medianoche, abandoné al chico que aún estaba despierto, entonces con una voz muy tímida, hice la siguiente promesa: “Mi señora Venus, si consigo darle un beso a este chaval, sin que se dé cuenta, mañana le regalaré una pareja de palomas” El chico, cuando escuchó el precio, comenzó a roncar. Entonces me acerqué y le di unos cuantos besos, mientras él hacía ver que dormía. Satisfecho de este primer paso me levanté bien pronto, elegí una pareja de palomas y se las puse, tal como él esperaba. De esta manera cumplí con mi promesa.
La noche siguiente se presentó la misma oportunidad, pero cambié de deseo. “Si consigo tocarlo como quiera sin que se dé cuenta, le regalaré los dos gallos de pelea más feroces que encuentre por haberse dejado hacer.” Delante de esta promesa el chico se acostó voluntariamente- incluso me pareció que tenía miedo de que me durmiera- le quité esta preocupación, y tomé por todos los rincones de su cuerpo sin llegar a consumar el acto. Después cuando se hizo de día, le llevé lo que había prometido y él quedó muy contento.
La noche que se me presentó la tercera oportunidad, me acosté al falso durmiente y le dije a la oreja: “ Dioses inmortales, si consigo robarle a este chico dormido una unión completa y satisfactoria, a cambio de este placer, mañana le regalaré un magnífico caballo de Macedonia, siempre a condición de que no se dé cuenta” El chaval nunca había dormido tan profundamente. Y así para comenzar, llené mis manos con sus pechos blancos como la leche, después enganché mis labios a los suyos, y finalmente satisfice todo mi deseo en un único acto.
A la mañana siguiente, esperaba como siempre su regalo, sentado en la habitación. como puedes comprender, una cosa es comprar palomas, o gallos y otra muy diferente, comprar un caballo, además, tenía miedo que un regalo tan grande despertara sospechas sobre mí. Por eso, después de pasear un buen rato, volví al hostal y todo lo que le regalé fue un beso. Él entonces, mirándome de lado a lado se me abrazó al cuello y me dijo: Por favor, señor, ¿Y mi caballo?
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