
Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White
Como dormía todo el día, casi no lo veía. Pero a veces, mi madre decía: “Tu padre está despierto. ¿Por qué no entras a rascarle la espalda? A regañadientes; yo entraba en la habitación, donde las cortinas corridas tenían el tinte de la luz de la última hora de la tarde. Sobre la cama, de cabeza para abajo, veía a mi padre desnudo bajo las sábanas, como un monstruo marino arrastrado, medio enfermo, entre la espumosa marea. La mezcla de olores del sudor de l anoche y del puro apagado me intimidaba; poco a poco retrocedía y decía a mi madre que aún dormía. “No, no” decía ella, sonriendo y haciéndome entrar de nuevo. Daba un vistazo a aquella habitación donde normalmente no me dejaban entrar. Todo estaba en silencio, excepto su respiración y el tic-tac del reloj de oro de bolsillo que tenía sobre la mesita de noche. A través de la puerta medio abierta del armario, le veía los zapatos. Me sentaba a su lado y le daba unos golpecitos ligeros en la espalda. Él murmuraba en tono animoso, mientras yo iba subiendo hacia el torso robusto hasta los hombros. Los poros se veían inmensos y algunos tenían unos puntos negros. Una película de sudor se escapaba regularmente de su cuerpo; yo me olía la mano derecha; un aroma extraño. Parecí que mi trabajo consistía en escalar pe su cuerpo como un alpinista solitario que tuviera que abordar un glaciar sólo con una cuerda y granzones. Si estaba completamente despierto, lo disimulaba. Como si el estado de sopor fuera todo lo que un padre podría ofrecer a un hijo muy pequeño, o en todo caso, todo lo que el hijo aceptaría de un padre tan inmenso. Iba completamente desnudo pero las sábanas le cubrían hasta la cintura. Mientras que mis sábanas eran pequeñas, de unas medidas suficientes para mi ama de una plaza; donde dormía bajo la sombra dominante y el olor íntimo e inquietante de mi nodriza negra, las suyas eran esculturalmente blancas, anchas, dobladas, testimonios de las noches de pasión o de conflictos de los adultos.
La historia particular de un chico
de Edmund White
Como dormía todo el día, casi no lo veía. Pero a veces, mi madre decía: “Tu padre está despierto. ¿Por qué no entras a rascarle la espalda? A regañadientes; yo entraba en la habitación, donde las cortinas corridas tenían el tinte de la luz de la última hora de la tarde. Sobre la cama, de cabeza para abajo, veía a mi padre desnudo bajo las sábanas, como un monstruo marino arrastrado, medio enfermo, entre la espumosa marea. La mezcla de olores del sudor de l anoche y del puro apagado me intimidaba; poco a poco retrocedía y decía a mi madre que aún dormía. “No, no” decía ella, sonriendo y haciéndome entrar de nuevo. Daba un vistazo a aquella habitación donde normalmente no me dejaban entrar. Todo estaba en silencio, excepto su respiración y el tic-tac del reloj de oro de bolsillo que tenía sobre la mesita de noche. A través de la puerta medio abierta del armario, le veía los zapatos. Me sentaba a su lado y le daba unos golpecitos ligeros en la espalda. Él murmuraba en tono animoso, mientras yo iba subiendo hacia el torso robusto hasta los hombros. Los poros se veían inmensos y algunos tenían unos puntos negros. Una película de sudor se escapaba regularmente de su cuerpo; yo me olía la mano derecha; un aroma extraño. Parecí que mi trabajo consistía en escalar pe su cuerpo como un alpinista solitario que tuviera que abordar un glaciar sólo con una cuerda y granzones. Si estaba completamente despierto, lo disimulaba. Como si el estado de sopor fuera todo lo que un padre podría ofrecer a un hijo muy pequeño, o en todo caso, todo lo que el hijo aceptaría de un padre tan inmenso. Iba completamente desnudo pero las sábanas le cubrían hasta la cintura. Mientras que mis sábanas eran pequeñas, de unas medidas suficientes para mi ama de una plaza; donde dormía bajo la sombra dominante y el olor íntimo e inquietante de mi nodriza negra, las suyas eran esculturalmente blancas, anchas, dobladas, testimonios de las noches de pasión o de conflictos de los adultos.
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