Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White
Al otro lado del río, había unos hombres sentados al lado del bajo banco de granito de la orilla.. Adiviné que no eran del pueblo por el acento, un diente que les faltaba, los cabellos con brillantina y peinados hacia tras, la manera de escupir, de aguantar el Camel entre el dedo gordo y el índice, de caminar con aire pesado, rígido sobre el pavimento del parque como si quisieran sacar chispas de la piedra. Otros estaban sentados en solitario a lo largo de la valla metálica que envolvía el parque, una isla alrededor de la cual giraba el tráfico. Se estaban asomados a la barandilla de acero, las piernas bien separadas, los cuerpos bañados por la luz de los faros, mirando abajo, hacia los coches, que describían lentamente un círculo. Finalmente un conductor se detuvo delante de un joven, que saltaba y se acercaba a la ventanilla abierta para escuchar, entonces el joven, o bien decía que no con la cabeza o escupía o, suponiendo que hubiera trato, pasaba al otro lado del coche con aire fanfarrón y se metía adentro. Fijaos: los murmullos de bombado parabrisas bajo el reflejo de un anuncio de neón que parpadeaba sobre dos caras; al volante, un hombre calvo, con unas gafas agrietadas por las vetas de luz verde procedentes del tablero, las orejas carnosas, la boca pequeña, aunque empequeñecida por el ansia del deseo. A su lado, el joven, con la cabeza echada hacia atrás sobre el respaldo, de manera que tan solo se le puede ver la parábola blanca de la cara y le movimiento de la nuez en el cuello. Se han ido bajando en el asiento y ya está pensando como se pondrá. O quizá está violento por la enorme diferencia entre fantasía y realidad. Circulan y tan sólo me llegan las notas agudas de la radio del coche.
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