17.2.10

EL PRIMER AMOR DE HATIM


Fragmento extraído de la novela
El edificio Yacubian de Alaa Al aswani


El pequeño Hatim se pasaba mucho tiempo con los criados; muchas veces sus ocupados padres lo enviaban, acompañado de alguien del servicio al Club Al- Jazira o al cine. Entre los numeroso criados de la casa, el pequeño Hatim amaba particularmente al camarero Idris, con su holgado caftán blanco, el amplio ceñidor rojo y el largo bonete turco, su planta, el cuerpo esbelto y fuerte, el rostro bruno y hermoso que mostraba unos dientes blancos y ordenados. Idris se había acostumbrado a sentarse con Hatim, en su gran habitación que daba a la calle Suleiman Pachá, a jugar con él, a explicarle cuentos de animales, a cantar bonitas canciones del Alto Nilo y a traducir su significado. la voz de Idris temblaba y las lágrimas le brillaban en los ojos cuando hablaba de su madre. de sus hermanos, y de su pueblo donde lo sacaron de pequeño para ir a trabajar de criado a las casa. Hatim amaba a Idris y su relación se fue reafirmando, tanto que cada día pasaban largas horas juntos.

Cuando Idris comenzó a besuquear a Hatim en el rostro y el cuello y a susurrarle “eres guapo… te quiero” Hatim no sintió ningún rechazo ni ningún miedo. Sino todo lo contrario, le excitaba misteriosamente aquella sensación cálida que dejaba el aliento de su amigo en su cuerpo. Los besos continuaron hasta que Idris le pidió que se desnudara. Hatim tenía nueve años y sintió vergüenza e incomodidad, pero al final cedió ante la insistencia de su amigo, excitado por su cuerpo blanco y tierno, hasta el punto que durante el encuentro suspiraba de placer y murmuraba frases incomprensibles del Alto Nilo. A pesar de su deseo y de su fuerza, Idris entró con suavidad y cuidado en el cuerpo de Hatim, pidiéndole que le avisara si sentía el más mínimo dolor. Aquel procedimiento tuvo éxito: incluso ahora cuando Hatim evoca su primer encuentro con Idris, recupera aquella extraña sensación que conoció entonces por primera vez, pero no recuerda que le hiciera daño- Después de haber acabado, Idris giró a Hatim hacia él y lo besó con fuerza en los labios, y mirándolo a los ojos le susurró: “Lo he hecho porque te quiero y si tu también me amas no le dirás a nadie lo que ha pasado. Si lo dices, te pegaran y a mí me expulsarán; probablemente tu padre me enviaría a la prisión o me mataría y no me volverías a ver más”

Hatim a conocido a muchos hombres y los ha abandonado por motivos diversos, pero su deseo oculto y pecaminoso ha estado siempre ligado a Idris. Así como los hombres buscan en las mujer la imagen de la primera amante con quien experimentaron el placer por primera vez, Hatim buscaba a Idris en todos los hombres, el macho primitivo y rudo que la civilización aún no ha pulido, con todo lo que eso representa de duraza, aspereza y juventud. Nunca ha dejado de pensar en Idris y muchas veces recuerda con incisiva nostalgia la sensación que tuvo, recostado boca abajo en el suelo de la habitación, como si fuera un pequeño conejo rendido a su suerte, repasando con la mirada los grabados persas de la alfombra, mientras el cálido y espléndido cuerpo de Idris se unía al suyo, lo estrujaba y lo deshacía. Lo más extraño es que sus encuentros sexuales, que eran muchos, siempre se habían consumado en el suelo de la habitación, Nunca subieron a la cama, y eso debido, principalmente al sentimiento de inferioridad de Idris como criado que no se atreve a usar la cama de su amo, ni tan sólo cuando están juntos.

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