Fragmento extraído de la novela
Confesiones de una máscara
de Yukio Mishima
Otro recuerdo es el olor del sudor, un olor que me inducía a replegarme en mí mismo, que despertaba mis deseos y que me avasallaba. Si agudizo el oído, percibo un batir ahogado y muy débil, amenazador. Al cabo de un rato, a ese sonido se une el de una corneta. Un sonido sencillo y extrañamente placentero, un sonido de cánticos se acerca. tirando de la mano de la niñera, la invito a que me acompañe a toda prisa, corriendo, enloquecido por el deseo de hallarme en la verja, sostenido entre sus brazos. Se trataba de las tropas que pasaban por delante de casa al regresar de la instrucción. A los soldados les gustan los niños y siempre aguardan con impaciencia el momento en que me regalaban cartuchos vacíos. Y, como mi abuela me había prohibido que me aceptara semejantes obsequios por considerarlos peligrosos, el placer inicial quedaba aderezado con los goces de lo furtivo. El pesado sonido de las botas militares y el bosque de mosquetones al hombro es espectáculo suficiente para dejar en fascinado grado sumo a cualquier niño. Pero a mí lo que me fascinaba era sencillamente el olor a sudor, que constituía un estímulo oculto bajo mis esperanzas de que me regalaran cartuchos. El olor a sudor de los soldados- aquel olor como el de la brisa marina, como el del aire de la playa quemada por el sol hasta dejarla de oro- me intoxicaba al penetrar en mi olfato. probablemente es mi primer olor en el recuerdo. No hace falta decir que en aquellos tiempos el olor no podía tener relación directa alguna con sensaciones de orden sexual, pero poco a poco y de manera constante y tenaz, despertó en mí un sensual deseo de realidades tales como el destino de los soldados, la trágica naturaleza de su misión, los lejanos países que verían, las maneras en que morirían…
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