2.11.09

LA PRIMERA PAJA


Fragmento extraído de la novela
De incógnito de Matthew Rettenmund

John estaba chupando un polo metódicamente y hallaba cierto alivio en la punzada fría que se le hincaba en el paladar mientras devoraba el cilindro de color rojo cereza. A veces, cuando comía aquella clase de helados, le asaltaban fugaces escenas de un “francés” una actividad extraña y misteriosa que sólo alcanzaba a imaginar según las más variadas descripciones que del acto hacían los chicos del colegio. Había entendido, que básicamente, se trataba deque una chica se metiera la polla de un chico en la boca, aunque también lo hacían los maricones. Se lamía la palma salada de la mano y luego se agarraba el pene erecto, para a continuación, moverla arriba y abajo con fruición mientras se imaginaba la boca de alguien engullendo su miembro. Aquello lo excitaba muchísimo, pero nunca conducía a nada. Se suponía que los chicos explotaban cuando practicaban el sexo, que en teoría un chorro de semen que tenía que salir disparado a borbotones, sin embargo, a sus diecisiete, John no tenía ni idea de cómo conseguirlo. Le encantaba toquetearse y de hecho lo hacía tantas veces que sabía que era enfermizo, pero nunca lograba llegar al extremo de estallar. De eso se ocupaban sus sueños, cuando por las mañanas le dejaban los calzoncillos mojados y pringosos. Había estado masturbándose en el váter con un ejemplar de la revista People. No tenía que pensar en actos sexuales específicos cuando fantaseaba con Tom Cruisse. Sólo pensaba en sus cuerpos desnudos, en los momentos en que, con los brazos encima de la cabeza, dejaban al descubierto el vello de sus axilas, en sus culos, en cómo debían de ser sus pene. Se preguntaba si tendrían la polla y los huevos enormes y peludos, como aquellos tíos horrendos pero innegablemente sexuales que se tiraban a aquellos pingajos de tías en las viejas películas porno.

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