Un poema en prosa
de Rafael José Díaz
La mano izquierda acaricia indolentemente los testículos, tras la siesta, igual que la mirada se deja absorber por la difusa luz del despertar incierta, porosa, desasida. se diría que es el cuerpo entero, más que la memoria, quien empieza a recordar una cama de la infancia, otra mirada, otra siesta, otra luz, otro despertar, mientras la mano izquierda continua sembrando en los testículos un calor que se extiende a todo el cuerpo desnudo. él apenas recuerda ya el deseo que esos testículos han despertado en otros cuerpos, la tensión que ellos mismos se han convertido en la sede de un deseo abrasador. La vaga luz dorada que llega hasta los ojos sólo parece evocar otro cuarto en que un niño iba entrando con timidez en la vida. Y ahora la mano derecha abandona la nuca suavemente atenazada para sustituir a la izquierda, que se deja caer hasta tocar el suelo frío, en su prolongada e indolente caricia. Él sabe ¿lo sabrá acaso su cuerpo? que tal vez esos mismos testículos que sembraron deseo y fueron correspondidos con placer contengan ahora, enfermos, la semilla de su muerte temprana.
La mano izquierda acaricia indolentemente los testículos, tras la siesta, igual que la mirada se deja absorber por la difusa luz del despertar incierta, porosa, desasida. se diría que es el cuerpo entero, más que la memoria, quien empieza a recordar una cama de la infancia, otra mirada, otra siesta, otra luz, otro despertar, mientras la mano izquierda continua sembrando en los testículos un calor que se extiende a todo el cuerpo desnudo. él apenas recuerda ya el deseo que esos testículos han despertado en otros cuerpos, la tensión que ellos mismos se han convertido en la sede de un deseo abrasador. La vaga luz dorada que llega hasta los ojos sólo parece evocar otro cuarto en que un niño iba entrando con timidez en la vida. Y ahora la mano derecha abandona la nuca suavemente atenazada para sustituir a la izquierda, que se deja caer hasta tocar el suelo frío, en su prolongada e indolente caricia. Él sabe ¿lo sabrá acaso su cuerpo? que tal vez esos mismos testículos que sembraron deseo y fueron correspondidos con placer contengan ahora, enfermos, la semilla de su muerte temprana.
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