13.10.09

APOTEOSIS DE LA SANGRE


Fragmento extraído de la novela
Cacheo de Dennis Cooper

Por algún motivo, el chico no trataba de escapar. en cuanto llegamos al piso de arriba, Ferdinand y Jorg empezaron a darle puñetazos y bofetadas. Dijeron que era lo que se merecía por tratarles tan mierdosamente en la tienda. Lo único que hacía él era respirar con dificultad y poner cara de frustrado. Jorg le rompió la nariz al yuppie. Por lo menos, a eso sonó. Le dieron patadas por todo el cuerpo. Como un favor yo andaba por allí dejándoles que se libraran de sus frustraciones. Sin embargo, ellos le jodieron bien jodido. Resultaba interesante ver aquello, pero empecé a sentir lástima por él, lo que hubiera podido convertirse en un problema. De modo que no les dejé que volvieran a perder el control. Él no opuso resistencia ni gritó, lo que constituye el caso más extremo del síndrome del conejo que haya visto jamás. No sé si se trataba de orgullo o de que. Estaba semiinconsciente cuando dejaron de pegarle. A petición mía, le llevaron a rastras hasta el futón y le cortaron la ropa con un machete del ejército suizo, haciéndole cortes accidentales aquí y allá. Los ojos del chico se le salían de las órbitas. Una vez que estuvo desnudo, los alemanes le dejaron y se dirigieron a la nevera. Abrieron un par de cervezas y se pusieron a farfullar. El chico estaba lleno de magulladuras y cortes, pero seguía siendo guapo, aunque he visto cuerpos mejores. Tenía las piernas demasiado peludas. Y lo mismo la raja del culo. Sus nalgas eran poco firmes y gordas. le apuntaba el comienzo de una tripa de bebedor de cerveza. Hice que se volviera y enterré la cara en su culo durante un rato. Le hice un par de cortes en las nalgas. No sangró. Le puse boca arriba, me bajé los pantalones y froté mi culo contra su cara, lo que enloqueció a los alemanes… Salmodiaban: ¡Mierda, mierda, mierda! De modo que me cagué, justo encima de su boca, mientras le hacía cortes en los muslos de vez en cuando, Jorg se cercó corriendo y extendió la mierda por la cara al tiempo que le golpeaba salvajemente. Oí como si se le rompieran más cosas al chico dentro de la cabeza. Pregunté si creían que estaba muerto. Ferdinand me dijo que si era eso lo que yo quería. Yo contesté que sí. Ferdinand cogió un cuchillo de cocina. Jorg empuñó el machete del ejército suizo, y le abrieron el pecho mientras gritaban: ¡Uf, uf!. Sangraba mucho, de verdad, Tenía que estar muerto después de eso. Yo estaba quieto mirándoles, meneándomela.

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