Fragmento extraído de la novela
El silencio roto de Mariano García Torres
Las horas diáfanas junto a Alberto. Íntimamente junto. El vello, seda negra de su torso de oro acariciando mi piel. Y, tras la piel, el verbo. Estremecidos mi piel y mi verbo, mi esencia, mi totalidad, por el roce, por el goce, por le contacto del latido profundo de su pecho; latiendo por mí, de mí, como el mío, al unísono. Redimiendo recelos, prejuicios, sentimientos de culpa en la verdad sin límites, inconmensurable, ineludible de la atracción primaria, plena absoluta. El tiempo gozado por minutos, por segundos y a la vez intemporalmente, que siempre será poco, sería poco aunque hubiera más, aunque hubiera todo el tiempo. Silencio, silencio…la conciencia de esa dimensión incontrolable, disuasoria golpeando mis oídos. El relajarse un rato, tras la pasión encontrar la dulzura, y tras la dulzura la paz. Después el sueño; necesidad perentoria, inapelable, incontrolada. El despertar y el decir o el oír decir “¿Estás despierto? Y otra vez la pasión, intensa, desesperada, contra un reloj que jugaba en contra nuestra. Tlatelolco dorándose, y más tarde fulgiendo, y luego el ocaso, y luego la noche, lapislázuli y ónice negro, y otra vez dorándose… Apurando el momento, recuperando el tiempo perdido, hecho de mutismo, de incertidumbres, de temores, y el instante que tampoco nos aguardaba al despertar en el recodo del sino. Ningún pudor, ninguna tregua y muy pocas palabras; porque son peligrosas, ineficaces, imprecisas; porque pueden conducirnos al principio sin retorno. Vivir plenamente cada instante, amando plenamente, gozando de la intensidad, desesperanza y desesperación. Y dejar una huella lo más indeleble posible en torno a los ojos, en torno a los labios, en torno al cuello, en torno al alma. Ahora sí, porque éste sí es mi juego, pocas veces jugando por falta de jugadores que sepan jugarlo sin trampa, con toda limpieza. La noche otra vez, la palabra ineludible; el despertar inevitable.
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