12.9.09

PRIMEROS JUEGOS


Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White


Allá donde vivo yo, los tíos, los de mi barrio / ¿Qué? le pregunté / Nos enculamos unos a otros. ¿Lo has hecho alguna vez? / Claro. / ¿Qué? / he dicho que claro que sí. / Supongo que a estas alturas ya pasas de eso. / Pues mira, como que por aquí no hay chicas… tenía la impresión que debe experimentar un científico cuando está apunto de iniciar el experimento de su carrera: exteriormente tranquilo, interiormente exultante, preparado para de entrada para la decepción. / Lo podríamos probar. / Silencio/ Si quieres… Al momento de haber articulado aquellas palabras tuve la impresión que no vendría a mi cama; me había notado alguna cosa rara, se pensaba que era una nena, tenía que decir “es verdad” en lugar de “Correcto”. / ¿Tienes un poco de eso? me preguntó / ¿Cómo? / Sí de eso, de vaselina… / No, pero no hace falta. Con la saliva/ Iba a decir “haremos”, pero los hombres dicen “funcionará”. Me empalmaba pero todavía tenía el miembro hacia abajo, y me molestaba, adentro de los calzoncillos, lo liberé, colocando la punta encima de la tira elástica. / No, debías de tener vaselina/ Yo podía estar documentado sobre las prácticas sexuales propiamente dichas, pero por lo que respecta a Kevin era el experto en aquello de encular. / Pues lo tendremos que probar con saliva. / No lo sé, bah, venga. / Hacía como una vocecita y parecía que tenía la boca seca. Vi cómo venía hacia mí. Él también llevaba unos calzoncillos de punto que parecían que brillasen. No llevaba nada en el cuerpo, pero se notaba que durante toda la liga había llevado una camiseta que le había dejado la parte del torso y la de arriba de los brazos blanca, aquella camiseta fantasma, me excitaba porque me recordaba que era el capitán de su equipo. Nos quitamos los calzoncillos. Estiré los brazos hacia Kevin cerrando los ojos. / es más frío que la pechera de una puta. Yo estaba de lado, encarado con él que había desplazado a su lado. Tenía el aliento con olor de leche. Tenía las manos y los pies fríos, Mantuve el antebrazo apretado bajo su cuero, pero con el otro le acariciaba, todo nervioso, la espalda. La espalda, el pecho y las piernas de él eran sedosas y sin ningún pelo, aunque le veía un pequeña pelambrera bajo el brazo, que yo mismo le había levantado para que me acariciara la espalda como yo le hacía. Una finísima capa de grasa hacía carnosa aquella piel de bebé. Debajo se notaba los músculos duros y redondeados. Bajó la mano debajo de la sábana para tocarme el miembro, yo toqué el suyo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Sabes donde encontrar el libro entero en pdf?

Gracias.