Fragmento extraído de la novela
Amor de hombre de Yolanda García Serrano
No sé cuándo me enamoré de él. Puede que el primer día, peor no al verlo desnudo cuando se cambiaba la camiseta. Creo que al verle frotar sus manos una contra otra para entrar en calor o puede que fuera cuando miró al trasluz el frasco de aceite. Se quedó unos instantes con el recipiente a la altura de los ojos frente a la ventana. Entonces me di cuenta que tenía el pelo tenía unos mechones rubios mezclados con el castaño de la coleta. Y luego vi cómo le brillaba la cara con el esfuerzo y cómo espero a terminar el masaje para limpiarse con una toalla. Para entonces ya había decidido que era el hombre que había estado esperando todo este tiempo. De pronto cobró sentido el accidente y mi cojera. Noto que sólo me mira directamente a los ojos cuando se despide. Hasta entonces, quine no le quita la vista de encima soy yo. Repite los gestos cada día: instalar la camilla, colocar la sábana encima, cambiarse de ropa, sujetarse bien la coleta, lavarse las manos, esperar a que me tumbe, abrir el tarro, comenzar los masajes, limpiar su cara, cambiar la ropa de nuevo, recoger la sábana, camilla y despedida. Y ayer me anunció que sería el último día de masajes. He intentado alargar el mayor tiempo posible mi dolencia para no perderle pero no ha sido posible. Y encima Esperanza está presente. Había pensado declararme en cuanto acabara el masaje. Sé que entiende porque uno de los pocos comentarios que me ha dedicado fue sobre un local de ambiente que inauguraban la semana pasada. Vio la invitación en mi mesa y preguntó si podía dársela ya que no me encontraba en condiciones para asistir al evento. Sólo le dije que sí. Fui tan estúpido que no aproveché la ocasión para indagar en su vida privada, o quizá es porque él no da opción a que nadie intervenga en sus asuntos. Se guardó la tarjeta y ni siquiera tuvo el detalle de contarme qué tal estuvo la fiesta. Tampoco yo le pregunté.
Amor de hombre de Yolanda García Serrano
No sé cuándo me enamoré de él. Puede que el primer día, peor no al verlo desnudo cuando se cambiaba la camiseta. Creo que al verle frotar sus manos una contra otra para entrar en calor o puede que fuera cuando miró al trasluz el frasco de aceite. Se quedó unos instantes con el recipiente a la altura de los ojos frente a la ventana. Entonces me di cuenta que tenía el pelo tenía unos mechones rubios mezclados con el castaño de la coleta. Y luego vi cómo le brillaba la cara con el esfuerzo y cómo espero a terminar el masaje para limpiarse con una toalla. Para entonces ya había decidido que era el hombre que había estado esperando todo este tiempo. De pronto cobró sentido el accidente y mi cojera. Noto que sólo me mira directamente a los ojos cuando se despide. Hasta entonces, quine no le quita la vista de encima soy yo. Repite los gestos cada día: instalar la camilla, colocar la sábana encima, cambiarse de ropa, sujetarse bien la coleta, lavarse las manos, esperar a que me tumbe, abrir el tarro, comenzar los masajes, limpiar su cara, cambiar la ropa de nuevo, recoger la sábana, camilla y despedida. Y ayer me anunció que sería el último día de masajes. He intentado alargar el mayor tiempo posible mi dolencia para no perderle pero no ha sido posible. Y encima Esperanza está presente. Había pensado declararme en cuanto acabara el masaje. Sé que entiende porque uno de los pocos comentarios que me ha dedicado fue sobre un local de ambiente que inauguraban la semana pasada. Vio la invitación en mi mesa y preguntó si podía dársela ya que no me encontraba en condiciones para asistir al evento. Sólo le dije que sí. Fui tan estúpido que no aproveché la ocasión para indagar en su vida privada, o quizá es porque él no da opción a que nadie intervenga en sus asuntos. Se guardó la tarjeta y ni siquiera tuvo el detalle de contarme qué tal estuvo la fiesta. Tampoco yo le pregunté.
No hay comentarios:
Publicar un comentario