22.9.09

KEBIR



Fragmento extraído de la novela Burdel
de Pedro Gandía Buleo


Lanzo el humo del porro en círculos. Contra el espejo del armario donde se refleja la cama. En cualquier placer que le señale, me tomó la delantera. Al final, para entregarse, se hizo el muerto. Le cerré los ojos. Contenía la respiración. Su cuerpo delgado era una elegía del cuerpo joven, y sus miembros se adelgazaban más y más. En un momento se abarcó un muslo con sus enormes manos. Le sobraban manos. Hizo un gesto de contrariedad-. Su desnudo resplandeció como la belleza al borde del abismo. Tan fácil despertar con él a placeres extraños… Al entrar fue directo al play del radiocassette. Se desnudó y se puso a bailar. Su ritmo nada tenía que ver con el que marcaba Paul Colllins. Lo suyo era una danza sagrada, profunda. Parecía una de esas chicas espigadas de las tribus nuba, el vigor unido a la delicadeza, danzando al Sol, en los juegos de apareamiento. En un momento, e sol, irrumpía tras la cortina naranja. Por esta ventana de interior no sé cómo llegó. De pronto eran aquellos bronces delgados, embadurnados con aceite, danzando a la luz amarilla y terrosa del crepúsculo. Cada centímetro de su cuerpo luce de otro modo. Es la materia urgente. Le abarco el muslo con mis manos, y no falta ni sobre hueco. Kebir, grande le digo. Luego le cojo los pies. Calzará un 43. Entonces se coge la polla, sonríe.

Abrazado a las flores negras sobre el fondo rojo. Djami me sonríe desde el espejo. Le digo que se lo ponga, y se desnuda. Luego coge la botella blanca de Old Spice; un chorreón le corre hasta el pubis. Se frota el pecho y los muslos, se da unas palmadas en las nalgas. Se ha metido el vestido por la cabeza y se ha tumbado boca abajo sobre la cama. La imaginación suplantadora, el hechizo… le subo despacio el vestido hasta las nalgas, se las abro. El ídolo y su destrucción, la imagen reveladora… Tengo a Djami en esta música que suena. La anarquía de mis sentidos en su carne, la añoranza de paríado en el brillo de sus ojos. El de Dalah tenía su mismo color de piel, y ese aire de Shiva- Sakti. En algún momento, pienso en aquel chic y lo confundo con Djami. Pero Djami es negro y rojo. Y esta mañana a las nueve, nada de Beatriz ni el espíritu. Es la materia follando con Sonic Youth. Djami es esta música; Goo, nada, lápiz de labios, un poco de sangre. Subeo el volumen del radiocassette. Puedo verlo, oyendo Dirty Boots; y veo mi esperma volando a cámara lenta hacia su pecho, y luego resbalándole por la piel oscura. Djami me anula el tiempo que paso con él. Pero de pronto, sobre las doce dice: Baraka. Se acabo. Ayer tarde y esta mañana. Se levanta y se viste como si fuera otro. No encajo su baraka. Esa desconexión de golpe. De pronto, la felicidad se pone alas. Y su cuerpo ya no brilla.

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