Fragmento extraído de la novela
Las noches salvajes de Cyril Collard
Leí que Genet había nacido el 19 de diciembre de 1910. Yo nací el 19 de diciembre de 1957. De esta coincidencia no extraía ninguna conclusión sobre el hecho que pudiera tener algún tipo de talento. Pero pensé, en cambio, que como él, algún día tendría que poner hilo a la aguja. Encender un detonador, activar una granada, apretar el gatillo de un fusil ametralladora. De los labios de Genet, de su rostro con una nariz aplastada y bella de buldog, había esta frase que me embriagaba. “Sólo la violencia puede poner fin a la brutalidad de los hombres”. Mis bajadas a los infiernos no eran más que juegos de sombras; los culos, los pechos, los sexos, los vientres palpados no pertenecen a nadie. Las palabras, sobre todo, eran alejadas excepto aquellas que, imperativas gobernaban la satisfacción inmediata de un deseo; para mí, los otros sonaban mal, parados de conversaciones de la superficie. Para encontrarnos entre las sombras, era necesario a demás de la sutileza de nuestros sentidos táctiles, que distinguiéramos donde estaban los cuerpos en la oscuridad infernal. Era necesario, pues, que las sombras de nuestro cuerpo fueran más negras que la noche misma.
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