Fragmento extraído de la novela
Las noches salvajes de Cyril Collard
Yo vivía en un estudio en el piso diecisiete de una torre en los límites del distrito quince. Caminaba con Sandy hacia el ascensor. Nos apoyábamos el uno contra el otro. Abrí la puerta y fui derecho a dejarme caer sobre la cama. Samy se desnudó y le miré los músculos de su cuerpo magnífico. Sintió mi mirada. – ¿Te gustan los hombres? No te digo que no, pero puedes tumbarte en la cama, no te pienso violar. me dieron por culo a los trece años en Ámsterdam. Fue un conductor de tranvías. No soy marica, pero tampoco es que me dé miedo… Desnudos, tumbado, fuimos resbalando, poco a poco, el uno hacia el otro. Samy se sentía satisfecho de su cuerpo; primero me dejó acariciarlo. Se empalmó, y yo después. Luego nos besamos y su mano se movió sobre mi piel, mi polla, mi culo. Se me cerraban los ojos, pero fui bajando mis labios hasta sus pechos, su torso, su vientre, su sexo. Gritamos juntos gozando dentro de nuestra boca. Cuando me desperté, me hacía daño la cabeza. Salí de la cama para hacer la maleta. Samy todavía dormía. Estaba tumbado boca abajo y las sábanas le marcaban el hueco de los riñones, ele relieve del culo. Me preguntaba qué había venido a hacer. Este chaval en mi cama. Tenía el cuerpo, la piel, los gestos, la boca de un chico que prefiere a las mujeres, pero no era multiplicando mi feminidad lo que podía seducirlo. Sabía que mi amor por Samy, si se descubriera, contendría, inexorablemente, su condena. Pero esta imposibilidad me fascinaba; aquello que llevaría el amor al fracaso, esta vez no tendría nada que ver con los motivos habituales, un gesto, una palabra, el tono de la voz, un detalle en le cuerpo, la manera de vestir, la avaricia, por lo que respecta a los chicos, la homosexualidad es demasiado visible.
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