Fragmento extraído de la novela
Sígueme de Cristóbal Ramírez
Sígueme de Cristóbal Ramírez
La primera polla que chupé fue la de Aleix. Era un día de finales de mayo y hacía bastante calor. Días antes me había negado. Aquel día era la segunda vez que me lo pedía, en realidad fue más bien una orden. Y esa vez obedecí. Aleix era un chico danone de cuerpo fibroso, de músculos elásticos, de movimientos instintivos. Bajo sus camisetas Basi, sujetas a unos hombros poderosos, habitaba un torso crecido y un vientre liso y duro, de líneas convexas. Los Levi’s dibujaban prieto su trasero, recias su piernas, atrayente su sexo. Sus ojos verdes eran de mirada astuta como la de los linces, pero también amistosa. Cuando le volvía y me miraba despedía por entero oleadas de salud. Aleix se movía despacioso y me contemplaba con desdén. Me gustaba en especial cuando me buscaba a lo lejos de cara al sol, entrecerrando con interés los párpados, invitándome a seguirlo. Los labios de su boca caprichosa, finos, sinuosos, se curvaban dulces, como las olas del mar cuando rebañan la costa. Llevaba a menudo una fina barba de apenas dos días que atraía la mirada hacia la firmeza de su mentón. De su oreja izquierda colgaba un aro de plata, que a veces, brillaba intermitente bajo los reflejos del sol. El pelo moreno y lacio caía domado hacia atrás, despejando su frente ancha y limpia. Aleix se había recostado en la cama, como la vez anterior, en calzoncillo, pero ahora no leía. Adiviné enseguida que me estaba esperando. Me miró y sonrió. Yo volvía a cubrir mi desnudez con la toalla anudada a la cintura. Sobre la cama había colocado unos calzoncillos nuevos a modo de cebo, otros Calvin. Se puso de pie, descalzo sobre el suelo, frente a mi figura y ordenó: ¡Chúmapela! Mis ojos vulnerables, de cachorro extraviado, se habían desviado hacia los calzoncillos que había sobre la cama. Apoyó sus manos sobre mis hombros y me obligó, presionando amable sobre ellos, a arrodillarme frente a su sexo. Puse mis manos en su cintura y le bajé los calzoncillos hasta los tobillos. La tenía dura. Me gustó su polla que era de una belleza portentosa, morena, como dorada por las brisas exóticas, y los rizos caprichosos del vello púbico. Permanecí estático contemplando fascinado su sexo. Aleix acudió a mi ayuda. Se la cogió y me la metió en la boca. La engullí sofocado. Estaba caliente. Enseguida comenzó a moverse apoyando la mano en mi cogote para dirigir los envites. Engordó un poco más. El glande me rascaba el paladar produciéndome náuseas y estuve varias veces a punto de vomitar, pero no lo hice todavía. La retuvo en mi boca hasta el final. Cunado intuyó que se iba a correr la sacó y eyaculó a larga distancia en el suelo, soltando un juramentote satisfacción.
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