22.6.09

EAGLE LEATHER / Segunda parte


Fragmento extraído de la novela
Habitaciones separadas
de Vicenç Tondelli

El chico le está atando alguna cosa alrededor del miembro. Él siente todo el rato este dolor agudo y penetrante, además de una extraña tensión concentrada toda allá, entremedio de las piernas. Incluso es como si la respiración, acelerada, proviniera únicamente de esta zona tan circunscrita de dolor, y que de aquí se esparciera después por todo el cuerpo. Su mano comienza a acariciar la cabeza rasurada del chico, que se levanta, y se le acerca. Todavía lleva los pantalones negros, de donde emerge, completamente descubierto, el sexo. Leo, lo aferra, lo aprieta y el otro emite un bufido profundo contenido, como un mugido. Leo ahora lo ve, derecho a su lado, observa la corpulencia del tórax y el sudor que le resbala por los pectorales hacia el ombligo. El cuello fuerte y grueso, con las venas hinchadas. La mano llena de tachas que lo está masturbando, poco a poco. Presiente el orgasmo, pero es como si llegara todo a veces al punto de no retorno sin el estallido gozoso. El dolor cada vez se convierte en más fuerte, pero él quiere más y más. Le suplica que no pare. El otro le coge un pezón y comienza a pellizcarlo, a estirarlo, a morderlo. Le ciñe el cuello con un collar y lo ahoga lentamente. Leo, tiene miedo. De repente nota que la cabeza le explota, llena de sangre que hierve. Suda, la vista se debilita y la respiración no es más que un estertor sordo.
Ahora también, encima de este catre de esta especie de dispensario de la perversión, él experimenta la misma sensación de límite más allá de la cual hay, si Dios quiere, la perdida de la consciencia. Nota la polla empalmada, potente llena de sangre, apunto de reventar, pero está como obstruida, como si la hubiera de vaciarla y no hubiera manera. La sensación de malestar se encuentra escampada por todo el cuerpo, en cada célula de su sangre, pero este malestar de ninguna manera no quiere abandonarlo, como si finalmente todo dolor que sufriera desde hace tantos años, desde que Thomas está muerto, desde su nacimiento, se concretara allá, encima del catre, con los testículos y el cuello ahogado con un dogal de cuero. incapaz de avanzar o de retroceder, inmovilizado, suspendido entre la vida y la muerte, entre el placer de las prácticas de un torturador honesto y el dolor de un cuerpo, que contrariamente al cerebro, todavía no es consciente de su propio punto de ruptura. Leo se aferra otra vez a la entrepierna de chico y reaprieta los testículos, desliza una mano hacia las piernas. tiene ganas de picar, de hacer daño, se pone a golpear al chico y este responde apretando cada vez más, hincando las venas del cuello, apretando los dientes y cerrando bien fuerte los ojos, y le suelta alguna expresión violenta en argot que leo no comprende. Después ve como coge un frasquito rojo, los destapa y hace un par de inhalaciones intensas. Él reconoce el olor del popper. Prueba de resistir, dice que no se gira de lado, pero el ex carcelero le encasta el frasco en las narices. Leo hace un movimiento brusco y se mancha con un par de gotas por la nariz. Siente un escozor fuertísima y una ola de fuego que le quema la garganta. El otro, bien morado, suda y el sudor le empapa el cráneo, todo reluciente. Leo espera el efecto que llega de golpe como un torrente. Y es en el mismo momento que leo se siente a punto de reventar del dolor cuando el otro le deshace del ceñidor, le deja de apretar el cuelo y él puede explotar como un surtidor que irrumpe, violento y altísimo, en una parábola blanca desprendida disuelta, rapidísima, contundente, pero que también y ahora lo está descubriendo, tranquilizadora, como si a partir de las cumbres del cerebro todo resbalara imperiosamente hacia la quietud de un valle desconocido.

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