Fragmento extraído de la novela
Habitaciones separadas de Vicenç Tondelli
El local está cerrado. Los chicos no van desnudos, sino con chándal o cazadora, pasan por entre las mesas y beben cervezas con los pocos clientes que quedan. Al lado de leo se siente un bailarín. Es alto y firme con un cuello grueso. Va rapado al cero. Lleva unas botas negras de cuero, con los talones tachonados, y unos pantalones negros de piel que dejan ver al descubierto las nalgas y el pubis. En la muñeca derecha lleva un brazalete, también negro, lleno de tachas cromadas. Leo ha visto cómo, durante todo el rato, lanzaba el cebo a los clientes más atléticos, con bigote o barba. Sabe que lleva un cockring. Pero no se ha dado de un pequeño aro que lleva clavado en el pezón izquierdo. Le hace bailar con un dedo y el chico se lo mira fríamente, con dureza, alargando la mano hacia el pecho de Leo. Leo está desconcertado porque nunca ningún Eláter lo había tomado en consideración y tampoco le gustaba toda esta comedia. Pero al mismo tiempo también se sentía excitado, porque es como si el boy adivinara en él, en su ropa burguesa, en su fisionomía, dentro de sus ojos, un deseo que él reconoce y que Leo aparentemente ignora. De manera que Leo sigue al chico.
Detrás del escenario hay una escalera, muy estrechas, que comunica con el piso superior, un pasillo bastante amplio, con espejos en las paredes, perchas y bancos de hierro. Aquí hay todo tipo de ropa, bolsas de deporte y zapatillas amontonadas. Hay un bailarín que se está poniendo los pantalones. Un poco más allá, en la sombra, leo reconoce al puertorriqueño. Está sentado, inclinado sobre los calcetines, que arrastra por tierra. Está contando los dólares, con el mismo delirio que un bribón de calle: docenas de billetes retorcidos y arrugados como papeles de caramelos. Entra en una habitación bastante amplia, compartimentada, al fondo, por tres tabiques de plástico negro. Uno de los compartimentos está abierto. Hay una cama recubierta de cuero negro con una toalla encima. Las cortinas de los otros compartimentos son medio pasadas, y leo ve perfectamente, por debajo, las piernas desnudas de un hombre. Siente unos gemidos y unos gritos, escasamente reprimidos. Leo no sabría decir si son de placer o de dolor.
Habitaciones separadas de Vicenç Tondelli
El local está cerrado. Los chicos no van desnudos, sino con chándal o cazadora, pasan por entre las mesas y beben cervezas con los pocos clientes que quedan. Al lado de leo se siente un bailarín. Es alto y firme con un cuello grueso. Va rapado al cero. Lleva unas botas negras de cuero, con los talones tachonados, y unos pantalones negros de piel que dejan ver al descubierto las nalgas y el pubis. En la muñeca derecha lleva un brazalete, también negro, lleno de tachas cromadas. Leo ha visto cómo, durante todo el rato, lanzaba el cebo a los clientes más atléticos, con bigote o barba. Sabe que lleva un cockring. Pero no se ha dado de un pequeño aro que lleva clavado en el pezón izquierdo. Le hace bailar con un dedo y el chico se lo mira fríamente, con dureza, alargando la mano hacia el pecho de Leo. Leo está desconcertado porque nunca ningún Eláter lo había tomado en consideración y tampoco le gustaba toda esta comedia. Pero al mismo tiempo también se sentía excitado, porque es como si el boy adivinara en él, en su ropa burguesa, en su fisionomía, dentro de sus ojos, un deseo que él reconoce y que Leo aparentemente ignora. De manera que Leo sigue al chico.
Detrás del escenario hay una escalera, muy estrechas, que comunica con el piso superior, un pasillo bastante amplio, con espejos en las paredes, perchas y bancos de hierro. Aquí hay todo tipo de ropa, bolsas de deporte y zapatillas amontonadas. Hay un bailarín que se está poniendo los pantalones. Un poco más allá, en la sombra, leo reconoce al puertorriqueño. Está sentado, inclinado sobre los calcetines, que arrastra por tierra. Está contando los dólares, con el mismo delirio que un bribón de calle: docenas de billetes retorcidos y arrugados como papeles de caramelos. Entra en una habitación bastante amplia, compartimentada, al fondo, por tres tabiques de plástico negro. Uno de los compartimentos está abierto. Hay una cama recubierta de cuero negro con una toalla encima. Las cortinas de los otros compartimentos son medio pasadas, y leo ve perfectamente, por debajo, las piernas desnudas de un hombre. Siente unos gemidos y unos gritos, escasamente reprimidos. Leo no sabría decir si son de placer o de dolor.
El chico lo arroja contra la cama y de un manotazo hace correr la cortina. Primeramente le abre la americana, le deshace el nudo de la corbata, le desabotona la camisa y le abaja los pantalones, hasta media pierna, no lo desnuda, le deja la ropa puesta. Sólo le abre del medio, como si hubiera utilizado un abrelatas. Leo aprieta bien fuerte el brazo del chico. Le coge de la muñeca, con las dos manos, como si aferrara el remo de una barca y mira al aire. Hace frío. Hay una luz blanca en el techo. Siente un dolor muy grande en los testículos pero el chico le tapa la boca enseguida con una mano, casi una bofetada para ahogarle el grito. El dolor se repite, ahora más intenso y más rato., y Leo comienza a tener miedo. El chico le pone un preservativo de látex negro y comienza a chuparlo. Leo, cierra los ojos. Perdura la luz blanca. El miedo, el frío.
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