1.6.09

BUSELHAM Y LAJDAR


Fragmento extraído de la novela
Carajicomedia de Juan Goytisolo


Buselham cifraba en su cuerpo todos los méritos que configuran mi imagen de un santo: brazos musculosos, pecho velludo, rostro de rasgos duros y toscos que suavizaba al sonreír. Su edad era insaciable: vaciaba a caño dos o tres botellas de tinto por velada. Su lengua – la que empleaba conmigo-consistía en una mezcla muy personal de andaluz y morisco, aprendida en sus añorados tiempos de capataz de una empresa constructora española. Ahora trabajaba los fines de semana de portero, en el bar del hotel Astoria y allí le veía despedir sin contemplaciones a peleones y borrachos. Lajdar era un jayán de mancuernados mostachos, rasgos duros y ojos de azabache, en los que parecía cobijar, como escribió mi esmerado copista “la mirada implacable de un tigre” Charlaba con unos amigos y esperé pacientemente a que se despidiera de ellos para acercarme a él y proponerle un ejercicio meditativo en el cercano Square d’Anvers. Le manifesté mi devoción sin rodeos- menos temeroso de una reacción desabrida que de una negativa cortés - pero con gran alborozo mío, aceptó de inmediato. Fuimos a uno de mis albergues íntimos y disfruté de la gloria de aquel cuerpo que iba a ser objeto durante años, pese a las vicisitudes y zarandeos de la vida, de un culto de dulía acendrado: visiones turbadoras de su miembro erguido, hieratismo facial, manos grandes y bastas, de inocente brutalidad. La fijeza de sus ojos durante el escalo a la cima no permitía adivinar sentimiento alguno: sólo brillo, fiereza, inescrutabilidad. Le socorrí con largueza y nos citamos el día siguiente en el Square para entonar nuevas preces.

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