Fragmento extraído de la novela
El sol de la decadencia
de Luís Antonio de Villena
Colin, querido, probablemente yo no lo mereceré porque ha de ser difícil pero te rogaría que te desnudas es para nosotros, ahora y aquí mismo. Alfred convertirá el cuarto en un camarín y encenderemos los candelabros. Te miraremos para saber que el mundo pudoser una verdad bella. Yo no supe qué hace. Me embargaba una emoción muy sincera. la sala se había convertido como en una capilla de una iglesia católica y el brillo de las velas y de las telas exóticas producía un vértigo fascinador y lejano. El cuerpo joven y refinado de Colin era un marfil suntuoso quebrado por le fulgor de los ojos y de los labios, y por el negro del vello púbico, como la protección de aquel sexo poderoso y limpio. Habíamos seguido bebiendo champaña mientras se producía aquel extraño e íntimo culto de latría, y quizás estábamos embriagados por todo. Creí que Oscar ( que parecía arrebatado por la visión) ofrecería algún homenaje a aquel cuerpo esbelto que giraba y cambiaba de postura, jugando con la bata de brocado, para ser más infantil más procaz o mucho más delicado y suntuoso, mostrando los glúteos prietos y los muslos con reciedumbre de buena tierra. Creí que haría algo, besar o lamer acercarse más- y acaso yo hubiese abandonado el recinto con mi deslumbrada embriaguez- pero no fue así. Oscar permaneció sentado, silencioso y absorto como un sacerdote ante la aparición de la deidad.
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