21.4.09

PONTELO PONSELO


Fragmento extraído y traducido del catalán
de la novela Tallats de lluna
de Mª Antonia Oliver

Me detuve. No me giré. Él se giró. Y cuando lo hice, él estaba tirado encima de la cama y, de tres metros lejos, se le veía las ancas más magníficas que he visto en toda mi vida. Y mira que he visto antes. Me desnudé precipitadamente. Empalmaba como un toro. Me tiré encima de la cama, bufando ansioso… ansioso no es la palabra, excitado no, tampoco es pero ya me entiendo… si hubiera sido por mí, lo habría empalmado en el mismo momento, pero él se giró lentamente, me pasó un brazo por encima del mío y me besó. ¡Cuánta pasión, en aquel beso! Y cuánta ternura, mi querido Fabricio. Tú me enseñaste la ternura, Fabricio, y nunca lo he olvidado. Con él aprendí lo que es amar. Amar apasionadamente, tiernamente, amistosamente, locamente, libremente, sin trabas ni imposiciones. Con él aprendí que el sueño, la quimera, la realidad eran un misma cosa, y ahora intento no olvidarlo… Pero es tan difícil sin él, y era tan fácil contigo, Fabricio. Él me ayudaba a ponerme el utensilio. Aquella noche estábamos demasiado nerviosos para reír. O no nos teníamos suficiente confianza. Más adelante, estuviéramos juntos o separado, los dos solos o con otros hombres, siempre reíamos al ponernos el globito – que era el nombre que le habíamos dado. El globito por aquí, el globito por allá, póntelo, pónselo. Sexo seguro y cosas por el estilo. Pero aquella noche no. Aquella noche, más bien día, aquella noche, después de ayudarme a ponerme el globito, me ofreció sus nalgas espléndidas y yo lo enculé con fiereza. Pocas veces he sido tan salvaje como entonces. Pocas veces he ido tan caliente como entonces. Iba tan fuerte que me caían las lágrimas. Cuando acabé, estaba extenuado. Y avergonzado. Porque le debía de haber hecho daño: el condón estaba manchado de sangre. Pero, a pesar de la sangre, él estaba fresco como una lechuga y sonreía travieso- o a mí me lo pareció. ¿Estás cansado eh? me preguntó. Yo hice que sí con la cabeza. Entonces me toca a mí ahora. Ya verás. De ver, pocas cosas vi. Sólo unos ojos marrones que bebían de los míos. Pero sentir, sí. Unas manos encima de mis pezones, por ejemplo. Y unos dientes que me estiraban los pelos d el pecho. Todo mi cuerpo vibraba, no por sus embestidas sino por un placer extraño, sublime, apocalíptico. Estuvimos guerreando toda la noche. Fue una orgía de sensaciones, de colores, de sudores, de gritos y de suspiros. De embestidas y de treguas.

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