Fragmento extraído y traducido del catalán
de la novela Sin cobertura de Dolors García
En muchos libros que me había leído sobre el tema que más me interesaba de la vida desde hacía tres años, había leído que los gays, de pequeños, suelen tener más amigas que amigos. a mí, sin embargo, eso no me había pasado nunca. De hecho, tenía tan pocos amigos, que contándolos con los dedos de una sola mano, tenía de sobra. Y Sendal, para entendernos, era el del dedo gordo. De amigas, los que se dice amigas, quizás solo estaba Abril. Y seguramente porque era la hermana de Merli, el otro amigo que me salía cuando lo necesitaba. Y aquí se acaba mi lista de amistades. El resto eran compañeros de instituto y conocidos del barrio. Me daba un poco de angustia ver aquellos ojos, increíblemente dulces, tan azules y tiernos, mirando torcidos por culpa de una mosca estúpida y presumida que jugaba a ver que quería probar el hojaldre de mi amigo Sendal. Mucha gente nos preguntaba si Sendal y yo éramos hermanos. Alguien, incluso, nos había preguntado si éramos gemelos. Yo, a veces, pensaba que éramos una misma persona. Nos podíamos pasar toda la tarde juntos, sin decirnos nada, cada uno en sus pensamientos dentro de un vaso de Coca cola, y después de una, empezar una conversación que no se moriría hasta la medianoche. Lo mejor de todo, sin embargo, era que el silencio no nos hacía ningún daño, ni nos incomodaba, ni nos inquietaba para nada. La ausencia de palabras entre Sendal y yo nos acercaba más. El azul tierno y dulce de la mirada de Sendal se acaba de fundir. Con los brazos juntos sobre la mesa, recostó la cabeza y se durmió. Un año atrás, decidí que cuando cumpliera los diecisiete le explicaría todo. Fue cuando, después de visitar una psicóloga del centro que me habían dicho que orientaba a los jóvenes en tema de sexualidad y afectividad, me convenció de aquello que sospechaba desde hacía tiempo. Decidí que Sendal sería el primero en saber que yo era gay. Después del verano haría diecisiete y todavía no sabía cómo se lo iba a decir.
de la novela Sin cobertura de Dolors García
En muchos libros que me había leído sobre el tema que más me interesaba de la vida desde hacía tres años, había leído que los gays, de pequeños, suelen tener más amigas que amigos. a mí, sin embargo, eso no me había pasado nunca. De hecho, tenía tan pocos amigos, que contándolos con los dedos de una sola mano, tenía de sobra. Y Sendal, para entendernos, era el del dedo gordo. De amigas, los que se dice amigas, quizás solo estaba Abril. Y seguramente porque era la hermana de Merli, el otro amigo que me salía cuando lo necesitaba. Y aquí se acaba mi lista de amistades. El resto eran compañeros de instituto y conocidos del barrio. Me daba un poco de angustia ver aquellos ojos, increíblemente dulces, tan azules y tiernos, mirando torcidos por culpa de una mosca estúpida y presumida que jugaba a ver que quería probar el hojaldre de mi amigo Sendal. Mucha gente nos preguntaba si Sendal y yo éramos hermanos. Alguien, incluso, nos había preguntado si éramos gemelos. Yo, a veces, pensaba que éramos una misma persona. Nos podíamos pasar toda la tarde juntos, sin decirnos nada, cada uno en sus pensamientos dentro de un vaso de Coca cola, y después de una, empezar una conversación que no se moriría hasta la medianoche. Lo mejor de todo, sin embargo, era que el silencio no nos hacía ningún daño, ni nos incomodaba, ni nos inquietaba para nada. La ausencia de palabras entre Sendal y yo nos acercaba más. El azul tierno y dulce de la mirada de Sendal se acaba de fundir. Con los brazos juntos sobre la mesa, recostó la cabeza y se durmió. Un año atrás, decidí que cuando cumpliera los diecisiete le explicaría todo. Fue cuando, después de visitar una psicóloga del centro que me habían dicho que orientaba a los jóvenes en tema de sexualidad y afectividad, me convenció de aquello que sospechaba desde hacía tiempo. Decidí que Sendal sería el primero en saber que yo era gay. Después del verano haría diecisiete y todavía no sabía cómo se lo iba a decir.
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