Fragmento extraído de la novela
El sol de la decadencia
de Luís Antonio de Villena
¿Qué es un prostituto? ¿Seguro que alguien puede querer vivir de su cuerpo? El buen burgués, la gente de bien, ni se plantea tales cosas horribles, pero si llegara a hacerlo cree tener más que sabida la respuesta. La sociedad cristina estorba y condena todo lo que tiene que ver con el sexo, y más aun si ese sexo es masculino. A lo mejor no es posible hablar de vocación, pero seguro que puede hablarse en muchos casos de voluntad. ¿Tiene vocación un albañil? ¿O el portero de un hotel? ¿Tiene vocación el picador de una mina, sucio y con los pulmones destruidos, negro de por vida? Vivir del cuerpo puede ser más libre. Pocos se atreverían a decirlo. Con hipocresía singularmente perversa, los cristianos han dividido el cuerpo humano en zonas de valor, según su ridícula y puritana axiología. El que trabaja con las manos es santo y hombre honrado. El que trabaja con su cabeza (y a menudo la alquila, como el periodista o el guionista) puede incluso ser una eminencia. Todos son nobles, aunque no se perciba la santa corona. Peor el que trabaja con el sexo es un ser abyecto, alguien que cae sin remisión en el mal y en él se enfanga. Un ser putrefacto.
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