La nave de los muchachos griegos
de Luis Antonio de Villena
Entonces, en una noche escogida, al punto de la luna llena, decidieron – aunque al principio les había parecido cosa de juego – celebrar un matrimonio. Glauco, que tanto prometía en las artes del foro, había conquistado, por fin, el corazón de Dorión, el hermosísimo muchacho que antes había trabajado en casa del fabricante de cráteras, pase a que – decían – Dorión había llegado a concebir hijo en el vientre de mis esclavas tracias del maestro. Pero Afrodita – como sabemos bien – nunca mira el color del deseo. Y Priapo, dios sacratísismo, está siempre a favor de la robustez del tronco.Al bello y fuerte cuerpo de Dorión, excelsamente dorado, le pusieron la mejor toga corta y un cinturón de plata. Y sobre el cuerpo desnudo – por cierto, no menos hermoso, aunque tuviera tres o cuatro años más – de Glauco dispusieron leves tules blancos, de novia, y le rizaron con magnífico esmero los negros cabellos. Se dieron la mano, en medio de enorme y jovial algarabía, y otro de los muchachos de aquella isla, Manto (el mismo que fuera soldado mercenario en la expedición con los piratas de Tarento) preguntó, con voz acicalada y solemne: - ¿Te otorgas a tu bello señor, potente Glauco?Y él respondió, mirando al chico con ojos de enorme deseo: - Me otorgo y deseo servirlo y que me sirva él también... Entonces, cuando se besaban, redoblaron las risas y el júbilo entre el resto de la fragante muchachada porque tampoco allí era posible componer, como quiere el rigor, una cámara nupcial, apropiada.
de Luis Antonio de Villena
Entonces, en una noche escogida, al punto de la luna llena, decidieron – aunque al principio les había parecido cosa de juego – celebrar un matrimonio. Glauco, que tanto prometía en las artes del foro, había conquistado, por fin, el corazón de Dorión, el hermosísimo muchacho que antes había trabajado en casa del fabricante de cráteras, pase a que – decían – Dorión había llegado a concebir hijo en el vientre de mis esclavas tracias del maestro. Pero Afrodita – como sabemos bien – nunca mira el color del deseo. Y Priapo, dios sacratísismo, está siempre a favor de la robustez del tronco.Al bello y fuerte cuerpo de Dorión, excelsamente dorado, le pusieron la mejor toga corta y un cinturón de plata. Y sobre el cuerpo desnudo – por cierto, no menos hermoso, aunque tuviera tres o cuatro años más – de Glauco dispusieron leves tules blancos, de novia, y le rizaron con magnífico esmero los negros cabellos. Se dieron la mano, en medio de enorme y jovial algarabía, y otro de los muchachos de aquella isla, Manto (el mismo que fuera soldado mercenario en la expedición con los piratas de Tarento) preguntó, con voz acicalada y solemne: - ¿Te otorgas a tu bello señor, potente Glauco?Y él respondió, mirando al chico con ojos de enorme deseo: - Me otorgo y deseo servirlo y que me sirva él también... Entonces, cuando se besaban, redoblaron las risas y el júbilo entre el resto de la fragante muchachada porque tampoco allí era posible componer, como quiere el rigor, una cámara nupcial, apropiada.
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