Fragmento extraído de la novela Mi padre y yo
de J.R Ackerley
Ya estaba en el mapa del sexo y orgulloso del lugar que me correspondía en él. No me gustaba la palabra “homosexual” ni ningún tipo de etiqueta y mi puesto estaba entre los hombres y no entre las mujeres. A las chicas las despreciaba ¿Cómo podían atraer los cuerpos suaves, blandos y bulbosos de esas criaturas tontas e insustanciales si se los comparaba con la belleza muscular de l cuerpo masculino? Su sitio estaba n el harén, de donde nunca debían haber salido; el verdadero amor, el amor en pie de igualdad y con comprensión mutua, sólo se daba entre hombres. Por lo tanto, me veía a mí mismo en la tradición de los clásicos griegos, rodeado y apoyado por todos los homosexuales famosos de la historia y con el tiempo me convertí en un defensor público de los derechos de ese amor que no se atreve a pronunciar su nombre. por desgracia también en mi vida privada parecía tener un defecto en el habla: el amor y el sexo, que yo pensaba que debían ir juntos, no llegaban a encontrarse, y en Cambridge no fue mejor que otros sitios. Que yo sepa, todos menos uno eran chico normales y siempre eran los chicos normales y viriles los que más me atraían. Realmente los hombres afeminados me repelían casi tanto como las propias mujeres.
de J.R Ackerley
Ya estaba en el mapa del sexo y orgulloso del lugar que me correspondía en él. No me gustaba la palabra “homosexual” ni ningún tipo de etiqueta y mi puesto estaba entre los hombres y no entre las mujeres. A las chicas las despreciaba ¿Cómo podían atraer los cuerpos suaves, blandos y bulbosos de esas criaturas tontas e insustanciales si se los comparaba con la belleza muscular de l cuerpo masculino? Su sitio estaba n el harén, de donde nunca debían haber salido; el verdadero amor, el amor en pie de igualdad y con comprensión mutua, sólo se daba entre hombres. Por lo tanto, me veía a mí mismo en la tradición de los clásicos griegos, rodeado y apoyado por todos los homosexuales famosos de la historia y con el tiempo me convertí en un defensor público de los derechos de ese amor que no se atreve a pronunciar su nombre. por desgracia también en mi vida privada parecía tener un defecto en el habla: el amor y el sexo, que yo pensaba que debían ir juntos, no llegaban a encontrarse, y en Cambridge no fue mejor que otros sitios. Que yo sepa, todos menos uno eran chico normales y siempre eran los chicos normales y viriles los que más me atraían. Realmente los hombres afeminados me repelían casi tanto como las propias mujeres.
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