20.6.08

EL RAPTO DE NEBJEPERURA


Fragmento extraído de la novela
Mundo Macho de Terenci Moix

Pero mi despertar no se parecía a ningún otro; y la pesadilla, lejos de desaparecer con mi retorno al mundo consciente, a partir de entonces, un lugar sustancial y determinante en mi vida. La pesadilla fue mi modo de vida. Al abrir los ojos, apareció debajo de mi cuerpo una extraña tensión muy blanca, como el desierto del sueño, y unas botas doradas, que caminaban produciendo aquel avance tan especial. Sentía los miembros completamente entumecido, cuando quise mover los brazos, me asaltó un dolor intensísimo, como un tormento. Por una razón que al principio no entendí, estaba imposibilitado para realizar cualquier movimiento de brazos o piernas. Y sólo podía levantar el cuello hasta una altura mínima, la única que me permitía la postura en la cual me transportaba.

Me habían dejado completamente desnudo, y, a juzgar por la llaga en que mi cuerpo se había convertido a causa de las quemaduras del sol, hacía horas que duraba aquella marcha, aquel viaje de mi inconsistencia. Me llevaba como un cordero que acaba de ser sacrificado o va camino del sacrificio: colgaba cabeza abajo, tobillos y muñecas amarrados a un tronco que los raptores transportaban sobre sus hombros, ambos en silencio, sin contestar a ninguna de las preguntas que yo formulaba de forma inconexa. Sólo se detenían de vez en cuando para darme agua, pero no me desataban; tampoco se preocupaban de la sangre que me goteaba por todo mi cuerpo, resbalando desde las muñecas y tobillos, insensibilizados ya a cualquier tipo de dolor que pudiesen recibir a partir de entonces (…)

Gracias a la prodigiosa fuerza de mi raptor me hallé sobre una plataforma, apoyado contra el muro de tal modo, que, incluso atado al tronco, la postura se me hizo más cómodo o, cuando menos, soportable. El hombre se quitó la capa y me reveló el más pintoresco aspecto de guerrero que nunca imaginase. Su uniforme era la desnudez total, aliviada sólo por algunos aditamentos no menos pintorescos. Las botas doradas, que yo empezaba a conocer de memoria, le cubrían las piernas hasta la rodilla; guantes también de oro le protegían los brazos, y la parte superior del pecho se defendía con una coraza del mismo metal pero que, de hecho, era poco más que un enorme medallón. guantes, botas y coraza constituían el único hábito del soldado, además de un cinturón negro, tachonado, del que colgaban un cuerno de caza y una cimitarra, protegidos por fundas de marfil con esmeraldas incrustadas. Y entre estos atributos, propios del guerrero profesional, destacaba un pubis teñido de púrpura, cuyo vello diríase el marco rococó para un pene descomunal.

No hay comentarios: