4.9.12

EL DEMONIO DENTRO





Fragmento extraído del conjunto de relatos

Alevosías de Ana Rossetti





Por debajo de la manga del pijama podía verle la boca, con los labios abultados como un guisante de olor, rojos como una fresa y pringosos por la última golosina. Pensé en que , si las abejas volaban por la noche, no tardarían en irle a libar y en ese momento sentí la presencia del demonio. Aparté la linterna de Fred y la hice rebotar por todos los lados del cenador.” Demonio, ¡Dónde estás? la apunte contra mí, pero nada. Entonces, cuando de nuevo enfoqué, no salió la por debajo de la manga del pijama, ni por la de la chaqueta. Salió en medio del círculo acuoso de la linterna, el pantalón y su abertura. El demonio estaba allí. Con la tela, a listas brillantes, del pantalón, el demonio había levantado su tienda de campaña y el redondel de luz se movió, porque lo que temía que pasase estaba pasando: que el demonio había asaltado a Fred. Era mi culpa. A lo mejor, el demonio se había cansado de ser derrotado y había huido en busca de otro territorio. Yo tenía que salvar a Fred. Así es que me acerqué, me arrodillé y metí la mano por la bragueta de su pijama. Y el demonio mismo se encajó en mi puño como empujado por un resorte. Fred se despertó. “No te asustes”, le dije “que yo te lo voy a sacar entero” Y empecé mi tarea con tanto afán que Fred se puso a gemir, como un gatito primero, pero después se mordía el batín, se mordía los dedos, se clavaba los dientes en los labios y las uñas en la colchoneta para no gritar. Y yo: “¿Te lastimo?” Y él “No, Buba, sigue, sigue Buba. Sigue meneándomela. Sigue así” Y ponía su mano sobre lamía para ayudarme. Fed se aguantaba muy bien a pesar de que tenía los ojos en blanco y casi no podía respirar, pero a mi me dolía la muñeca. Y el demonio no salía, no se derramaba como la cofia labrada de los cirios. Pero mi mano estaba mojada, porque la batalla era tan reñida que la cola de Fred estaba sudando. Entonces me encaré con el demonio y le dije: “Ahora verás” y me metí la cola en la boca para chupar hasta vaciársela, como se chupa el veneno de una herida. En cuanto el demonio se entró en mi boca y comprendió lo que iba a hacer, se puso a saltar con la velocidad de un pistón loco. Y yo: “Párate, párate de una vez” Y el pobre Fed, medio asfixiándose: “No puedo, no puedo, no puedo… resistir más” Y de pronto, las manos de Feed empujaron contra sus ingles mi cabeza, dio un espantoso grito y un borbotón ardiendo se disparó y me llenó la boca y se me precipitó en el embudo de la garganta. No pude evitarlo. Me tragué al demonio. Me aparté, tapándome la boca con los dedos, despavorido. Pero Fred, que parecía desmayado y sin fuerzas como un ramo de flores silvestres, me sonrió. Despacio, me acercó unos ojos llenos de estrellas y un aliento, tranquilo, ya, que buscaba la rendija de mi boca. Me separó las manos de la cara y me cogió la cara con las suyas, y entonces, muy suave, como si yo fuese un vaso lleno hasta arriba, me llevó hasta él. Su lengua se me adentró, rebuscó en mi boca los restos del demonio, los saboreó y los mezcló con los sabores de su boca. Mi saliva endemoniada inundada por su saliva dulce y al revés.







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