7.6.12

LA FASCINACION POR LOS VESTUARIOS



Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White

Durante le día me libraba al deseo secreto por los hombres. Pasaba el rato en los vestuarios observando la espalda musculosa de un culturista grande, un alemán de cabellos rubios, engominados y peinados con ondas simétricas; tenía una ligera pelusa castaña en los hombros (acababa de girarse, dejar caer la tollas) y una mata de pelo púbico muy suave de un rojo rosado que parecía arrancado de raíz y que flotaba en una nube brumosa por encima del pene, como si acabara de disparar el cañón. Yo me estaba todo el rato que podía en las duchas observando cómo el agua transformaba la glacial pizarra en mármol ardiente. Aquellos cuerpos tropicales estaban aprisionados bajo una pila de capas formadas por calzoncillos largos, calcetines gruesos, camisas, chalecos americanas, abrigos y capuchas; el vapor y el agua caliente devolvían el color a la palidez, descubrían la cavidad nacarada de las caderas, diciendo una angulosa clavícula  con un rayo suavizando, lanzando sobre los deslucidos cabellos castaños un remolino que los convertía en una especie de casco oscuro y colocaban unos blancos y luminosos guates de etiqueta sobre las manos enrojecidas, que se extendían hacia los esqueléticos brazos con una azules venas en relieve. Cada uno de aquellos cuerpos establecía una comunicación conmigo a través de una música diferente, aunque todas me parecían diferentes a la mía, por lo que sólo a través del esfuerzo más titánico, podría recordar que deseaba a las personas del mismo sexo que yo. En efecto, cada uno de aquellos seres parecía que poseía un sexo, realmente propio, el italiano con el culo peludo, piernas robustas y mandíbula oscurecida por la barba de un día, o pongamos por caso el rubio encantador del equipo de fútbol con las carnosas mejillas permanentemente enrojecidas, la sonrisa desconfiada de la persona un poco dura de oído, el cuerpo fino y con unos buenos carnes y la incipiente pancha resplandeciente debida a una salud palpitante, femenina, al estilo de Rubens. Quien sabe si algunos de los chicos de Eton deseó alguna vez a otro mientras estaban tumbados sin poder coger el sueño en su habitación individual, donde cada uno tocaba la guitarra del sexo mientras tarareaba vete tú a saber que estribillo, o si laguna resintieron como yo el deseo, durante los ejercicios de lucha, por aquel chico nervioso de cabellos cortados al estilo cepillo.



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