11.6.12

APOTEOSIS FINAL




Fragmento extraído de la novela
Chaperos de Dennis Cooper


Devolvimos su cuerpo a la posición previa. Sentado en el fregadero. Se aceleraron los latidos del mi corazón aunque mis manos permanecieron firmes cuando lavé y esterilicé  los genitales del escora e inyecté enseguida un anestésico local en su ingle para adormecer todo el área e impedir que se moviera. Limpié los instrumentos quirúrgicos que necesitaba con un paño de cocina. Tensé el saco de sus testículos con mi mano izquierda, y empecé la operación. Corté profundamente hacia la región norte del saco. Inmediatamente desplacé el bisturí horizontalmente hasta que el saco de los testículos fue separado de su cuerpo. Lo dejé en una bandeja y empecé a reparar los vasos sanguíneos dañados que goteaban abundante sangre. En circunstancias normales, hay que tomar precauciones para prevenir la posibilidad de infección. No sólo resultaba imposible realizarlo en aquellas condiciones sino que además la crudeza de la operación era un componente clave de la promulgación de mi fantasía. El agente se esforzaba con éxito en despertar la conciencia del escort abanicando su cara y su estómago. La atención del escort entonces se dirigió hacia mis acciones. Después de ser consciente de la realidad y de las consecuencias de su castración, empezó a emitir lo que yo describiría como un pálido o un gemido luctuoso.

Con un instrumento que, por razones de brevedad, describiré como soplete, primero cautericé los vasos sanguíneos dañados y luego laceré los órganos internos claves para su función sexual. Enjuagué el área con agua del grifo, coloqué los órganos lacerados a la vista y luego los deslicé fuera del cuerpo, para cauterizar las nuevas heridas enseguida. El escort empezó entonces a vomitar, perdió el control de sus intestinos y defecó en el fregadero. Esta reacción patética era todo lo que yo podía haber esperado, pero estaba dispuesto a completar mi operación con toda mi concentración puesta en ella, incluso a pesar de que la urgencia por satisfacer plenamente mi ansia sexual creciera de modo casi incontrolable. Limpié la diezmada cavidad lo mejor que pude usando una pequeña cantidad de agua esterilizada que había llevado conmigo, y suturé entonces la piel sobrante del saco de sus testículos que cerró la herida eficazmente. No quedaba huella de que un par de testículos habían estado allí antes. Después de concederme a mí mismo un instante de pasmo por lo que había creado, lavé inmediatamente la región anal para hacer desaparecer los rastros del material fecal, y recogí los pocos utensilios de mi equipo médico tanto como el saco de los testículos diseccionados.

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