10.4.12

AL OTRO LADO DEL TELEFONO






Fragmento extraído del conjunto de relatos
Alevosías de Ana Rossetti


Su anónimo interlocutor iniciaba el recitado de sus fervientes amenazas y, contra la bragueta, iban inflamándose los testículos de Marcos, endureciéndose como nueces y cargándose de plomo ardiendo. Marcos desistía de prolongar la lucha contra el engaño, privando a su mano de socorrerle. Terminaba de descorrer la cremallera y por la abertura del calzoncillo se asomaba la encendida tersura de su glande implorando la tenaza de un puño. Pronto, entre sus mulsos, la blancura de la vaina, al agitarse, hacía relampaguear la apretada violeta que descubría y ocultaba. Y los labios de Marcos se entreabrían y al igual que un animal estira inútilmente la cadena que lo atrapa, su lengua oteaba, succionaba el aire para arrancarle alguna gota del denso aluvión garantizado. Una gasa transparente y resbaladiza relucía en su boca. Marcos voy a encularte, voy a romperte el culo con mi polla. Y la saliva de Marcos, como el aceite sobre una herramienta, inundaba la mano inactiva que, al instante, comenzaba su labor. Llegaba a los aledaños de la grieta que dividía sus nalgas y se deslizaba hasta el fondo del valle. Allí sus dedos presionaban con sabiduría hasta que la carne cedía al fin, alisaba el borde arrugado de su hermético agujero, defendía su conducto acolchado para, una vez, absorbida su presa, estrecharse, ajustarse en torno a ella como un molde. Marcos, tengo aquí lo que quieres, lo que te mereces, marcos. Tengo un látigo con nudos con púas para destrozarte, la espalda de Marcos se arqueaba, se tensaba impulsando su vientre en un espasmódico vaivén. Y su cuerpo se crispaba como horadado por uñas de diamantes y aceleraba su ritmo como sacudido por invisibles lenguas de cuero. Marcos, voy a reventarte, voy a clavarte el mango de mi fusta, voy a hincarte el cañón de mi revólver, marcos. Y un, dos, tres dedos de Marcos desaparecían en el elástico túnel y volvían a emerger con la precisión de un pistón bien lubricado. Voy a dispararte el chorro de mis cojones, a orinarme en tu boca. Marcos. El aro que formaban el pulgar y el índice sobre la húmeda ciruela del glande se ocupaban frenéticamente de que fuera eyaculando todo el nácar, abatida la altivez, la dureza amasada…

No hay comentarios: