6.2.12

QUE GUAPO ERES



Fragmento extraído de la novela
Pompas fúnebres de Jean Genet

En dos años, Eric también había cambiado físicamente. Se cortaba el pelo menos corto, lo que resultaba demasiado tierno para su rostro que se había tornado más duro. Tenía las mejillas más chupadas. le crecía ya barba y se la afeitaba a diario. Los músculos se le habían fortalecido con las caminatas, el ejercicio y la gimnasia. Sólo los ojos conservaban una mirada igual de clara y de lejana, y la boca, de dibujo muy nítido, de extraordinaria sinuosidad, seguía siendo, igual de triste. Su voz, en fin, en presencia de verdugo había recuperado su aplomo. Había perdido las notas agudas y el temblor que las acompañaba.

Fue en la cama donde el verdugo le habló por primera vez a Eric de lo guapo que era. Era lógico que durante la excitación amorosa le atribuyera a su amigo las más elevadas cualidades. ¡Qué guapo eres! ¡Te quiero! ¡Chiquillo mío! Al recuperar la sangre fría, menos exaltado, el verdugo acariciaba aquel cuerpo tendido junto al suyo; no podía dejar, sin embargo, de percatarse de la robustez de los músculos, de la seriedad de la boca, y de los ojos, de la blandura de los rizos de cuanto, en fin da belleza a un adolescente cansado por el amor. Las manos se detenían en el sexo en reposo, el verdugo se incorporaba sobre un codo y contemplaba a su amigo: ¡Chiquillo mío! Es que eres guapo de verdad.

A veces lo obligaba a levantarse. “Tráeme algo de beber” Y, mientras el chaval se ponía los pantalones y estaba aún agachado y con las piernas al aire hasta medio muslo, gritaba muy deprisa: “No te muevas. Espera” Y se quedaba mirándolo diez segundos, admirándolo, y luego lo dejaba en libertad. Eric se inmovilizó así en más de cien posturas, cuyo encanto pretendía apurar a su amante.¡ Ah, que guapo eres!

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