26.9.11

EL SACRIFICIO



Fragmento extraído de la novela
Confesiones de una máscara
de Yukio Mishima


Durante el día, pasas por las calles y tu vista no distingue más que marineros y soldados. Ésos son tus jóvenes, tienen la edad que a ti te gusta, llevan la piel tostada por el sol, son naturales y sin artificios en sus labios, y no hay en ellos el menos rastro de intelectualidad. Tan pronto como divisas a uno de ellos, le tomas medidas con la vista. Parece que obtengas el título de licenciado en derecho, intentarás ser un muchacho como ellos ¿no es cierto? Te gusta el cuerpo suave de un joven de unos veinte años, el cuerpo de un joven sencillo, el cuerpo de un joven que parece un cachorro de león. ¿No es cierto? ¿A cuántos jóvenes semejantes desnudaste mentalmente ayer? Tu imaginación es como una de esas cajas destinadas a coleccionar ejemplares de plantas. En ellas reúnes los cuerpos desnudos de todos esos efebos que has visto durante el día, y cuando estás en la cama, en tu casa, eliges al individuo adecuado para la pagana ceremonia del sacrificio ritual, eliges a aquel con el que tu fantasía se ha encaprichado. Lo que sucede a continuación es asqueroso. Conduces a la víctima a una curiosa columna hexagonal, y lo haces llevando oculta, a la espalda una cuerda. Entonces atas su desnudo cuerpo a la columna, colocándole los brazos por encima de la cabeza. Procuras que ofrezca mucha resistencia y que grite mucho. Das a la víctima una detallada descripción de su próxima muerte, y mantienes en todo momento una extraña e inocente sonrisa en tus labios. Sacas del bolsillo un cuchillo muy afilado, te acercas a tu víctima y le cosquilleas levemente, como acariciándolo, la tensa piel de su pecho con la punta del cuchillo. Da un grito de desesperación y retuerce el cuerpo en un intento de esquivar el cuchillo. Jadea, rugiendo aterrado. Le tiemblan las piernas y sus rodillas entrechocan produciendo un seco sonido. Introduces despacio el cuchillo en el pecho. la víctima arquea el cuerpo, emite un desolado y desgarrador chillido, y un espasmo estremece los músculos alrededor de la herida. El cuchillo ha sido clavado en la carne estremecida con la misma calma con que hubiera sido enfundado. Salta un chorro de sangre burbujeante, y la sangre sigue manando hacia los suaves muslos de la víctima.


No hay comentarios: