Fragmento extraído de la novela El padre de Frankenstein de Christopher Bram Clay se quitó la toalla. Su desnudez era enorme; durante un instante llena toda la habitación. Clay mueve las manos de un lado para otro; desearía tener bolsillos en la piel. Resiste el impulso de cubrirse con ellas: un cuerpo desnudo no debería tener ninguna importancia después de oír lo que la guerra puede hacer a los cuerpos. Desafiante pone las manos en las caderas. “Así, dibújeme así. ¿No está mal verdad?” Whale sigue mirándolo con ojos muy abiertos e inexpresivos. Y Clay no puede verse reflejado en esos ojos, como si estuviera de pie ante un espejo. Primero ve su polla, el glande parece una carita, y teme que parezca demasiado pequeña en comparación con el resto del cuerpo. Luego, la sonrisa arrugada de la cicatriz, pero Whale no puede saber el significado que tiene él. Los ojos de Whale parecen estar absorbiéndolo entero, un cuerpo más grueso y menos armónico que el de cualquier estatua griega, con manchas blancas y morenas. Una fornida estatua pecosa. Clay tiene que sentarse. Las varas de mimbre de la silla se le marcan en el culo desnudo y los genitales se e quedan apretados entre las piernas; abre las piernas para que queden al aire. Piensa en la posibilidad de juntar las rodillas y de ocultar sus vergüenzas, de modo que sólo se vea una mata de pelo, pero, si lo hace, parecerá una chica. “Me gustaría que te pusieras esto” Clay coge la caja y se cubre con ella. Dentro de ella hay una máscara antigás. Sabe inmediatamente qué es, una antigualla que parece la cara aplanada de un marciano. “¿Por qué?” / “Para darle un toque artístico. Eres demasiado humano. La combinación de tu cuerpo y la máscara inhumana. Un verdadero hallazgo. Muy moderno”. Tener esa máscara en la mano es como tener un par de esposas: es imposible no querer probárselas. Esta máscara tiene que ser de la Primera Guerra Mundial. La goma vieja y la lona no huelen demasiado mal. Se la pone por la cabeza y tira hacia abajo. De improviso el salón se tiñe de un color amarillento. “Tiene dos correas detrás” dice Whale. Ckay apenas puede oírle. Dos tiras de lona con ribetes de goma le cubren las orejas, Con los dedos coge una correa y una pequeña hebilla. Otros dedos se mueven junto a los suyos, dedos fríos, puntiagudos, con la naturalidad de los dedos de un padre que le enseñara a su hijo a anudarse los cordones de los zapatos. Whale le abrocha la segunda correa. La boca cubierta por un inhalador. Clay oye resonar su voz dentro de la cabeza. No tiene problemas para respirar, aunque el aire sabe a óxido y el mentón se le humedece. Clay gira la cabeza hacia derecha la izquierda. No ve a Whale, que está a sus espaldas, pero siente su peso y su calor. Le sorprende el roce de las manos de Whale que lo coge por los hombros. Qué músculos de acero, Clayton. La voz es apagada. El aliento de Whale le hace cosquillas en la nuca. Las manos aprietan. Una mano se desliza por su hombro, le acaricia le brazo, la piel rígida del tatuaje.¡Déjeme! ¡Quíteme la máscara de una vez! La mano que le tocaba es reemplazada por algo sin hueso, pegajoso. Whale está besándole el tatuaje. La piel de Clay se estira, los músculos se tensan de pies a cabeza para protegerse del toqueteo. Tiene el cuerpo tan rígido que no puede hablar ni pensar. “¡Qué pedazo de bestia!” dice Whale y le acaricia el pecho. La tensión de los músculos de Clay hacen la sensación más desagradable, expone su pezón al dedo que lo acaricia trazando círculos. Siente un cosquilleo repugnante bajo la piel, ganas de vomitar, pero es su piel la que necesita vomitar… 4.4.11
LA MASCARA ANTIGAS
Fragmento extraído de la novela El padre de Frankenstein de Christopher Bram Clay se quitó la toalla. Su desnudez era enorme; durante un instante llena toda la habitación. Clay mueve las manos de un lado para otro; desearía tener bolsillos en la piel. Resiste el impulso de cubrirse con ellas: un cuerpo desnudo no debería tener ninguna importancia después de oír lo que la guerra puede hacer a los cuerpos. Desafiante pone las manos en las caderas. “Así, dibújeme así. ¿No está mal verdad?” Whale sigue mirándolo con ojos muy abiertos e inexpresivos. Y Clay no puede verse reflejado en esos ojos, como si estuviera de pie ante un espejo. Primero ve su polla, el glande parece una carita, y teme que parezca demasiado pequeña en comparación con el resto del cuerpo. Luego, la sonrisa arrugada de la cicatriz, pero Whale no puede saber el significado que tiene él. Los ojos de Whale parecen estar absorbiéndolo entero, un cuerpo más grueso y menos armónico que el de cualquier estatua griega, con manchas blancas y morenas. Una fornida estatua pecosa. Clay tiene que sentarse. Las varas de mimbre de la silla se le marcan en el culo desnudo y los genitales se e quedan apretados entre las piernas; abre las piernas para que queden al aire. Piensa en la posibilidad de juntar las rodillas y de ocultar sus vergüenzas, de modo que sólo se vea una mata de pelo, pero, si lo hace, parecerá una chica. “Me gustaría que te pusieras esto” Clay coge la caja y se cubre con ella. Dentro de ella hay una máscara antigás. Sabe inmediatamente qué es, una antigualla que parece la cara aplanada de un marciano. “¿Por qué?” / “Para darle un toque artístico. Eres demasiado humano. La combinación de tu cuerpo y la máscara inhumana. Un verdadero hallazgo. Muy moderno”. Tener esa máscara en la mano es como tener un par de esposas: es imposible no querer probárselas. Esta máscara tiene que ser de la Primera Guerra Mundial. La goma vieja y la lona no huelen demasiado mal. Se la pone por la cabeza y tira hacia abajo. De improviso el salón se tiñe de un color amarillento. “Tiene dos correas detrás” dice Whale. Ckay apenas puede oírle. Dos tiras de lona con ribetes de goma le cubren las orejas, Con los dedos coge una correa y una pequeña hebilla. Otros dedos se mueven junto a los suyos, dedos fríos, puntiagudos, con la naturalidad de los dedos de un padre que le enseñara a su hijo a anudarse los cordones de los zapatos. Whale le abrocha la segunda correa. La boca cubierta por un inhalador. Clay oye resonar su voz dentro de la cabeza. No tiene problemas para respirar, aunque el aire sabe a óxido y el mentón se le humedece. Clay gira la cabeza hacia derecha la izquierda. No ve a Whale, que está a sus espaldas, pero siente su peso y su calor. Le sorprende el roce de las manos de Whale que lo coge por los hombros. Qué músculos de acero, Clayton. La voz es apagada. El aliento de Whale le hace cosquillas en la nuca. Las manos aprietan. Una mano se desliza por su hombro, le acaricia le brazo, la piel rígida del tatuaje.¡Déjeme! ¡Quíteme la máscara de una vez! La mano que le tocaba es reemplazada por algo sin hueso, pegajoso. Whale está besándole el tatuaje. La piel de Clay se estira, los músculos se tensan de pies a cabeza para protegerse del toqueteo. Tiene el cuerpo tan rígido que no puede hablar ni pensar. “¡Qué pedazo de bestia!” dice Whale y le acaricia el pecho. La tensión de los músculos de Clay hacen la sensación más desagradable, expone su pezón al dedo que lo acaricia trazando círculos. Siente un cosquilleo repugnante bajo la piel, ganas de vomitar, pero es su piel la que necesita vomitar…
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