26.4.11

EL ARGOS

Fragmento extraído de la novela
Generation of love de Matteo Bianchi


El argos, es en realidad, un largo pasillo oscuro, cuya única fuente de iluminación consiste en dos monitores que proyectan películas porno. Una fila de taburetes recorre todo el local y del techo cuelgan cuerdas y cadenas de acero. La barra ocupa por sí cola la mitad del espacio. Sobresale de la pared una enorme polla en relieve, bajo la cual puede leerse el siguiente cartel. “El camarero de esta noche se llama Henrick”. Henrik con su bigote rubio, su mandíbula cuadrada y unos músculos que se salen de su camiseta. Los tíos que están sentados en los taburetes tienen un aspecto más truculento en comparación con los hombres que hemos visto hasta ahora. Aunque resulte difícil de creer algunos llevan todavía conjuntos negros de cuero, un anacronismo que yo sólo veía en las secuelas televisivas del Crussing de Al Pacino.

En cuanto a los demás, todos van en vaqueros. Un chico atractivo, apoyado en una juke-box está mirando a Claudio desde que hemos entrado, pero él se queda observándolo atentamente con ojos de búho, sin dar un paso. En cambio, yo creo haberme convertido en el objetivo de uno de esos clones de Crussing. Es un hombre de unos cuarenta años, barba y pelo muy cortos, vello oscuro asomando por la camiseta y gorra de piel estilo policía americano. Pero la forma de mirar ya me veo adoptando posiciones que no me gustan ni lo más mínimo, así que aparto ka mirada de él de inmediato. Pero no se rinde. Cada vez que se me van los ojos, el tipo está haciendo gestos alusivos. Impresionado ante tanta tenacidad, lo único que puedo hacer es mirar durante media hora larga la pantalla que se encuentra sobre la falsa polla de Henrik, donde se proyecta una peli porno. Sólo cuando el vídeo ha terminado decido moverme de allí. Blandiendo el caso como si fuera un escudo, atravieso el túnel hasta el extremo opuesto, donde algunos videojuegos lanzan impasibles sus luces intermitentes. Cuando llego allí me doy cuenta de que el local no termina en ese punto, sino que prosigue en el sótano, así que bajo por las escaleras y me encuentro de repente sumido en la más absoluta oscuridad. Pienso que tal vez me haya equivocado y que a lo mejor eso es la despensa o algo parecido; en cualquier caso, un lugar no autorizado para clientes. Estoy a punto de volver sobre mis pasos cuando la llama de un mechero ilumina la habitación durante breves instantes. No me da tiempo de ver mucho, pero esto es lo que me encuentro: un hombre desnudo con las manos atadas, dos o tres tíos con los pantalones bajados y otro con una cadena en torno al cuello. Vale, ya sé de qué va la cosa. Perdón por la interrupción, que lo paséis bien y hasta otra.

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