21.3.11

LAS PALIZAS DE MI MADRE


Fragmento extraído de la novela
Los ángeles caídos de Eric Jourdan


Retorciéndome el brazo me hizo poner de rodillas, me golpeó en la boca con la palma de la mano y, antes de que yo supiera lo que estaba ocurriendo, me acostó sobre su regazo. Delante de Pierre, empezó a azotarme las nalgas sin parar. El ruido de su mano sobre mis nalgas desnudas le embriagaba. Más tarde, Pierre me confesó que mi padre parecía haber estado varias veces al borde del éxtasis. A mi edad y en presencia de mi primo me sentía muy avergonzado al oír esos golpes; habría preferido que me hubiera pegado puñetazos, pero no me resistí. Mi padre me daba fuerte y esperaba un poco para golpear de nuevo a fin de que el dolor tuviera un tiempo de adueñarse de mis nalgas; sonaba como una ovación de aplausos. Tras unos veinte azotes, sentí una quemazón que se extendía por todas mis piernas y recorría voluptuosamente mi espalda, ramificándose hacia los costados hasta hacer eclosión, en una larga y dolorosa caricia, en los extremos de mi pecho. Poco a poco fue disminuyendo la violencia de los golpes; cuando empezó a dolerle la mano, mi padre se olvidó de su rabia. Guardando un solemne silencio después de esos increíbles azotes, salió como si le molestara el hecho de haberme dado, delante de mi primo, una lección tan degradante y en la que había una enorme y oscura falta de decoro. Me di mecánicamente la vuelta delante del espejo para ver si estaba rojo. Mis nalgas brillaban de una forma tan provocativa que se me hizo un nudo en la garganta y empezaron a zumbarme los oídos. Pierre se acercó, se dejó caer en el suelo y puso su fría mejilla sobre mi piel ardiente. Los golpes habían dejado en ella la marca de los dedos, Pierre permaneció unos cinco minutos apretándome contra sí; debió olvidar que no era mi mejilla lo que tenía contra la suya, ya que de pronto presionó mis nalgas con sus labios y yo me convertí, de pies a cabeza, en un inmenso beso: la voluptuosidad de aquel roce se multiplicó por todo mi cuerpo a través de los mismos caminos que había recorrido el dolor mientras mi padre me pegaba.



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