Fragmento extraído de la novela
Generation of love de Matteo Bianchi
La sauna que hemos elegido, entre las tantas señaladas por la Biblia, se encuentran en un edificio corriente y moliente, no lejos de nuestro hotel. Vista desde fuera parece un almacén y, por un momento su fachada desnuda mitiga un poco nuestro entusiasmo. / ¿ estáis seguros de que queréis entrar? dice Alberto con tono dubitativo. / Ya que estamos aquí, digo yo. En la entrada nos preguntan el número del pie y nos entregan a cada uno, por este orden, un par de chanclas, tres toallas y cuatro preservativos. El vestuario es inmenso y ocupa una planta completa del edificio. Taquillas de metal alineadas forman una especie de laberinto en el que hombres de todas las edades se están visitando y desnudando. Tengo la impresión de encontrarme en un a película americana de béisbol, en la que las escenas principales, es decir, aquellas en las que los actores hablan, se desarrollan en los banquillos de los vestuarios. Me da la sensación de que, de un momento a otro, puede aparecer un entrenador con el silbato. Nos cambiamos deprisa, avergonzados y mirando al suelo como colegiales que se hubieran metido en el baño de los adultos. Para llegar a la sauna propiamente dicha hay que subir al piso de arriba. Bueno, creo que es cosa de separarnos- dice Maximiliano al llegar a las escaleras. No querréis quedar como boy scouts que viajan en grupo ¿no? Así que cada uno por su lado. A mí me toca la sauna finlandesa, que según el plano, está en el segundo piso, nada más entrar a la derecha. En cuanto los demás, se han alejado hacia sus metas subo con decisión, convencido de que se trata de una habitación espaciosa, sin embargo es un cubículo de madera tan pequeño que casi me doy en la cabeza al entrar. Adiós desenvoltura.. Me quedo por un momento de pie, mirando a mí alrededor. Hay tres personas, un hombre de unos treinta y cinco y dos tipos más jóvenes, que han lavando al mismo tiempo la cabeza en cuanto he entrado yo e inmediatamente después han vuelto a mirar hacia el frente.. Me doy cuenta de que soy el único que lleva todavía la toalla encima; olos otros la han dejado afuera, colgada. Es curioso cuántos errores se pueden cometer con la prendas de vestir, incluso cuando se lleva una sola.
Me dirijo hacia uno de los bancos y todavía no he acabado de sentarme cuando el hombre que está a mi lado se abre de piernas. Me pregunto qué significa este gesto, pero cuando uno de los chicos se acerca y se agacha frente a él lo comprendo perfectamente. Los movimientos rítmicos de esta simpática e improvisada práctica oral golpean la rodilla de mi vecino contra mi muslo. Todo el calor del habitáculo, abrasándome, sube por la espalda y por la cara. Nunca he visto follar a dos personas. En vivo, quiero decir. Y mucho menos apoyadas sobre sí. Salgo de allí pegando un brinco, como movido por un resorte- décadas de pudor católico han dejado un sedimento en mi cuerpo como si fueran brasas ardientes. Empiezo a recorre un largo pasillo, y siguiendo este orden, voy atravesando duchas, servicios, más duchas, lavabos. Descubro, siguiendo este orden también, a dos follando, a tres lavándose, a dos meando a cuatro follando juntos, a dos lavándose la cara. Al final del pasillo está el baño turco.
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