Fragmento extraído
de la novela Una playa muy lejana
de Pedro Menchén
Con sus botas del Ejército bien betunadas, el pelo moreno y brillante, el flequillo cayéndole graciosamente a la derecha, las prendas (vaqueros, jersey gris y cazadora de cuero negra) tan nuevas que parecían recientemente en unos grandes almacenes, las manos grandes y viriles, aunque suaves y sin callosidades, y en general ese aspecto del que acaba de salir de la ducha un momento antes, era difícil creer que aquel chico fuese un vagabundo, tal como yo me había imaginado antes.
Nos dirigimos al hostal por aquellas oscura calles cuando comencé a replanteármelo todo: ¿Y si se trataba de una estratagema para engañarme y robarme? ¿Y si se había confabulado con sus amigos de la discoteca y me estaban esperando en algún sitio? ¿Cómo había sido tan confiado? aquel chico me la iba a jugar más tarde o más temprano. De acuerdo me dije resignado, me arriesgaré. Que sea lo que dios quiera.
Cuando llegamos al hostal los dedos me temblaban y a duras penas conseguí meter la llave y girarla dentro de la cerradura. Esperaba un golpe en mi cabeza o algo parecido. Sin embargo, abrí la puerta y no ocurrió nada. Subimos las escaleras en silencio hasta el segundo piso y de nuevo, al meter la llave en la cerradura, los dedos me temblaban. Tampoco ocurrió nada, y cuando me di cuenta, nos hallábamos dentro, mirándonos como dos desconocidos. Yo me sentía particularmente torpe, sin saber qué decir o qué hacer. Me ausenté un momento con la excusa del baño, y cuando regresé, Tino se había metido en la cama. Sus prendas yacían de cualquier manera sobre una silla. No me atrevía a mirarlo, tampoco podía sentarme, ya que no sabía dónde hacerlo. Fue uno de los peores momentos de mi vida. Finalmente me senté en la cama, sus pies, mirando hacia la pared. Mi mano, a través de las mantas rozaba una de sus piernas. No sé cómo ocurrió, pero poco a poco el roce se convirtió en caricia. Estaba bebido; si no, no me hubiera atrevido. No obstante, me sentía inseguro. Miré hacia Tino en busca de ayuda, pero él parecía ausente. Tenía la mirada extraviada, el pelo alborotado y en los labios una extraña sonrisa. Cada vez me parecía más guapo. Mi mano siguió rozando temerariamente por su pierna. De pronto, Tino hizo un movimiento brusco y yo me aparté. Entonces vi que levantaba las mantas y dejaba al descubierto su cuerpo desnudo. Yo me quedé paralizado por la sorpresa, incapaz de mirarle y mucho menos de tocarle. ¿Qué te pasa? Me preguntó ¿Por qué estás ahí? / Nada, balbucí, yo… / Te gusta mi cuerpo, verdad? / dijo contemplándose a sí mismo con autocomplacienca. / Me gustas tú, dije acercándome a él tímidamente. A continuación le cogí una mano y se la besé. Tino me miró divertido y condescendiente. Desde su pedestal narcisito parecía perdonarme la vida por ser infinitamente más viejo y más feo que él.
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