Fragmento extraído de la novela
Generation of love de Matteo Bianchi
Mi curiosidad por el terrible poder evocador que tenía el término voz de maricón empezó a crecer sin medida. Y pronto deduje, con sagacidad típicamente infantil, que no era tanto la palabra voz la que suscitaba la ira como el temible segundo término, que sin embargo a mí me parecía tan sólo un modo vulgar de designar una parte del cuerpo. Por un momento me tentó la idea de pedir explicaciones a algún compañero de clase, pero después decidí que era mejor no hacerlo. Sabia decisión. En breve llegué a conocer el significado de ese insulto y de muchos otros, todos nuevos y directamente relacionados con algún aspecto de mi manea de actuar. De pequeño no sabía que era homosexual. Pero luego crecí. En los últimos años del instituto empecé a mosquearme cuando me di cuenta de que los cuerpos medio desnudos de los deportistas que salían en televisión me interesaban más de lo debido, cuando vi que no tenía ganas de bailar agarrado con las chicas en las fiestas de fin de curso, cuando comprendí que, en definitiva, pertenecía sin haberlo elegido a esa especial categoría que los de mi edad llamaban con un gesto de disgusto de maricones. ¿Qué hago yo aquí? empezaba a preguntarme; y con ese aquí me refería a mi cuerpo. Entonces dio comienzo un largo periodo depresivo con las típicas crisis existenciales, los primeros descubrimientos ( teóricos) sobre el sexo, los enamoramientos reprimidos y nunca aceptados; me enamoraba del compañero de pupitre, del profesor de baloncesto, de un desconocido que habíamos visto en un kiosco, del hijo del lechero, de una serie de figuras épicas y efímeras, ya completamente olvidadas y auténtico fruto de esas tempestades hormonales con las que sólo la adolescencia nos puede deleitar y cuya capacidad se síntesis resulta admirable: en cuestión de quince días amamos, sufrimos y olvidamos.
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