8.3.10

LITIGIO ENTRE LOS AMANTES


Fragmento extraído del Satiricón
de Petronio

Mi alegría, sin embargo, era injustificada: cuando aflojé mis manos agarrotadas por el efecto del vino, Ascilto, siempre a punto para hacérmela, me robó al chico aprovechando la oscuridad y se lo llevó a su cama. Se revolcó tanto como quiso con un amante que no era el suyo- Gitón por su parte, o no se daba cuenta o se hacía el sueco, se durmió en los brazos adúlteros, sin ningún respeto por el derecho establecido-
Cuando me desperté, alargué el brazo y no encontré a mi amante, palabra de hombre enamorado que estuvo a punto de traspasarlos a todos con la espada y hacerlos dormir para siempre. Al final, sin embargo, tomé una resolución más prudente: desperté a Gitón a garrotazos y le dije a Ascilto, mirándome con cara amenazadora: Ya que has violado traicioneramente la confianza y la amistad que nos unía, recoge ahora mismo tus cosas y búscate otro lugar donde hacer tus porquerías. Él no se opuso, pero después de hacer con la máxima honradez el reparto de nuestros beneficios me dijo: Bien ahora nos repartimos al chico. Yo creía que era una broma de despedida, pero entonces desenvainó una espada con mano fraticida y dijo. No disfrutarás más de esta presa. ¿Es que tú solo tienes el derecho de llevártelo a la cama? quiero mi parte, y si es necesario la arrancaré con esta espada, ya estoy harto de tomaduras de pelo.

Yo por mi parte hice como él. me envolví el brazo con la capa, y me puse en posición de combate. En medio de aquella lamentable locura, el chico desesperado, se nos abrazaba a las rodillas llorando y suplicando con todas sus fuerzas que no convirtiéramos aquella humilde taberna en escenario de una nueva tragedia tebana y que no contaminásemos con nuestra sangre la sagrada amistad que nos unía.

Si de verdad es necesaria una muerte, aquí tenéis mi cuello, apretadlo con las manos, clavadle las dagas. Soy yo quien ha de morir, porque he destruido la amistad que os prometí. Sus ruegos nos hizo abandonar las espadas, y Ascilto, aproximándose me dijo: Este conflicto lo soluciono yo en seguida: que decida él mismo con quien quiere irse, al menos que sea libre para escoger a su amante. Yo convencido, que una relación tan antigua había creado un vínculo de sangre entre nosotros, no temí nada, y con una precipitación suicida, acepté aquella condición y puse el litigio en manos del juez. Este no sólo se molestó en deliberar para hacer ver que dudaba: antes que yo acabara la frase, se puso de pie y eligió a Ascilto como amante.

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