Fragmento extraído de la novela
Sígueme de Cristóbal Ramírez
Tomó asiento a mi lado en la cama y me metió mano al paquete, con mucha delicadeza. Volvió a ponérmela dura. Sonrió todavía inquieto. Repitió un beso, esta vez suave, lamiéndome poéticamente los buces, como saboreando muy lento y pausado un helado de cucurucho. Me gustó Aleix quería devolverme a mi interior nivel de confianza. Lo hacía bonito. A veces me derretía. Se tumbó a mi lado y me pasó su brazo por debajo de mi cuello. Me ordenó que apoyase el rostro en su pecho. Lo hice sin rechistar. Me acarició el flequillo. Se la sacó sin desnudarse, desabotonándose la bragueta a toda leche. Estaba empalmado. Hacía escasamente un par de días que no se la había mamado y no podía esperar más. Me rellenó la garganta. Se corrió enseguida. Abundante. Manchó el suelo, como de costumbre. Aleix era un chico de costumbres. Era reconfortante comprobar que no había cambiado de hábitos. Se me volvió a levantar. Se mantuvo dura mucho rato. Fue doloroso estar empalmado tanto rato, delante de la policía también y notarla atrapada por el algodón. No me bajó la sangre hasta dos horas después de haberse marchado los polis. Pero eso me demostró que Aleix jugaba legal, que se preocupaba de mí, que no me iba dejar en la estacada. La dureza marmórea de mi polla lo atestiguaba, era una garantía real. Podía confiar en ella. Porque evidentemente que tenía una polla por cerebro. Lo medía todo en función de lo dura que se me pudiese poner, todo. Lo decidía en función de lo dura que se me ponía. ¡Y a veces se me ponía tan dura!
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