Fragmento extraído de la novela
El sol de la decadencia
de Luís Antonio de Villena
Sí, en aquellos lugares semiclandestinos entrenaban y reclutaban a boxeadores jóvenes. Si servían podrían aspirar a mejores puestos y mejores jefes. A Lorrian le gustaban los más fuertes y nos llevó a verlos. Cerca vendían alcohol y drogas en angostos chiribitiles, quienes sabían que nada termina donde parece terminar y que todo humus es fecundo, a su manera. ¿Qué otro mundo nos han dejado vivir, siquiera hoy, siquiera vosotros, aunque no sea lo mismo? Todos encontramos ahí lo que buscábamos, aunque yo me resistiera al principio. El novelista gustaba disponer de orgías hercúleas que tenían lugar en las pensiones que alquilaba, o en carpas que estaban dentro de los desportillados galpones, donde frecuentemente había pequeños botiquines y salas de reposo. Hombres con brazos cuadrados y tatuajes de marinería luchaban entre sí desnudos, y él se mezclaba en esa lucha hasta ser doble o triplemente violado. Varias veces le desgarraron el esfínter. ¿Era también eso esteticismo? Sería fácil decir que no, des de luego, pero bajo aquella camorra erótica resplandecía la grasa de los cuerpos afeitados, el lúbrico esplendor de una confusa sed, como la del que derramaba semen abrazado a estatuas perfectas.
El sol de la decadencia
de Luís Antonio de Villena
Sí, en aquellos lugares semiclandestinos entrenaban y reclutaban a boxeadores jóvenes. Si servían podrían aspirar a mejores puestos y mejores jefes. A Lorrian le gustaban los más fuertes y nos llevó a verlos. Cerca vendían alcohol y drogas en angostos chiribitiles, quienes sabían que nada termina donde parece terminar y que todo humus es fecundo, a su manera. ¿Qué otro mundo nos han dejado vivir, siquiera hoy, siquiera vosotros, aunque no sea lo mismo? Todos encontramos ahí lo que buscábamos, aunque yo me resistiera al principio. El novelista gustaba disponer de orgías hercúleas que tenían lugar en las pensiones que alquilaba, o en carpas que estaban dentro de los desportillados galpones, donde frecuentemente había pequeños botiquines y salas de reposo. Hombres con brazos cuadrados y tatuajes de marinería luchaban entre sí desnudos, y él se mezclaba en esa lucha hasta ser doble o triplemente violado. Varias veces le desgarraron el esfínter. ¿Era también eso esteticismo? Sería fácil decir que no, des de luego, pero bajo aquella camorra erótica resplandecía la grasa de los cuerpos afeitados, el lúbrico esplendor de una confusa sed, como la del que derramaba semen abrazado a estatuas perfectas.
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