25.1.10

CAMAREO ¿QUIERE ATENDERME?



Fragmento extraído de la novela
El silencio roto de Mariano García Torres


Camarero… ¿quiere atenderme, por favor? Él entonces asentía muy serio, como si le molestase hacerlo o yo le resultara impertinente; me servía al fin con parsimonia y gesto grave, yo volvía a mi lectura y no pasaba nada más. Fue una de mis amigas quien me lo dijo una mañana en que no fue a la playa porque estaba muy quemada: “¿has observado cómo te mira el camarero…? ¡Fíjate, fíjate…! Pues es guapísimo “la verdad, yo no me había dado cuentan de una cosa ni de otra. No le había prestado mayor atención que la necesaria para reclamar mi desayuno. Sin embargo, a partir de entonces empecé a hacerlo, aunque un poco de soslayo; las dos cosas eran ciertas: el muchacho flirteaba y, en efecto, era guapo; tenía unas facciones algo negroides, en exótico contraste con su cabello claro y sus ojos azul celeste. Con todo, a mí su coquetería me resultaba algo impertinente porque yo había desarrollado por entonces una estúpida faceta a niveles increíbles: conciencia de clase. Si él era bello, o también lo era, y mi cuerpo, trabajado por la danza, parecía una escultura y además tenía dinero y era príncipe y él, sirviente. Camareros con camareros, príncipes con príncipes, aunque se tratara de un vínculo tan trivial. Yo seguí, pues, desayunando a deshora mi café y mi zumo de naranja y él siguió insinuándose cada vez más abiertamente. Me miraba con fijeza y yo, si bien guardando las distancias, empecé a sostenerle la mirada. Así transcurrieron algunos días en que yo jugaba a un juego despiadado, consciente de su imposibilidad de ir más allá, sabiendo que yo tenía todos los ases y que no iba a utilizarlos porque no lo deseaba. Miraba al muchacho con insolencia y le hablaba con insolencia, y él me devolvía las miradas, mitad pasión, mitad odio, y sus miradas cada vez me hacían más daño porque empezaban a clavarse en mi deseo como dardos, y eso no respondía a lo previsto, a lo deseable, y sin embargo, sentía que él ganaba.

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