Fragmento extraído de la novela
Generation of love de Matteo Bianchi
Recuerdo una tarde soleada en que montaba n bici por las calles del pueblo junto a otros niños. No teníamos ninguna meta. Atravesábamos el pueblo en bicicleta por el placer de estar en movimiento, pero acabé por cansarme de dar vueltas sin sentido. Propuse que nos detuviéramos. Y sin nos paramos ¿qué hacemos? Preguntó uno de llo. Yo me encogí de hombros. Nada, dije, hablamos. Y él, bastante disgustado ante la idea, replicó: ¡Pero hablar es cosa de niñas! me dejó sin palabras. Su argumento era irreprochable. Empecé a intuir que las divisiones entre los sexos afectaban también al movimiento. Los juegos de niñas eran intelectuales, mientras que los de los niños eran movimiento. Y yo era intelectual. Si en el colegio jugaba con las niñas no era, desde luego, porque me sintiera como una de ellas. El motivo era mucho más sencillo: sus juegos eran más interesantes.
También recuerdo el primer insulto que hacía referencia a mi sexualidad, eso sí que lo recuerdo perfectamente. Una ofensa liberadora que se anticipaba muchos años a una toma de conciencia que conseguí con esfuerzo. Un día, yo estaba en la plaza del mercado que había al lado de casa. El mercado era el sábado por la mañana y durante el resto de la semana la plaza era un campo de juegos de todos los niños del barrio. Bandera, volleyball, las cuatro esquinas, el inevitable escondite, la goma. No es que fuera un asiduo al lugar y de sus distracciones, pero iba a veces allí, sobre todo si venía Claudio también. En la plaza las relaciones sociales eran incontrolables: Allí una tarde cualquiera, mientras daba ánimos a mis compañeros, a voz en grito, sudando como cualquier niño de mi edad, santo y deportista, se me plantó delante un chico del equipo contrario, molesto por mis alaridos y sobre todo por el hecho de que nosotros estuviéramos ganando. El tío me miró con desprecio y me dijo: ¿Sabes que tienes voz de maricón? Yo me quedé mudo de golpe. No es que hubiera entendido el significado del insulto, pero por el tono y por la satisfacción con laque había hablado estaba claro que se trataba de una de las peores ofensas del universo. Él se alejó riendo y yo seguí jugando, pero sólo para no darle otro motivo de júbilo. Por dentro ya había abandonado jugadores y partido, pero por fuera pretendía, con esfuerzo, mostrarme indiferente ante la ofensa que acababan de recibir. Incluso intentaba volver a mis gritos, pero de forma más atenuada para no llamar demasiado la atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario