18.11.09

MANUAL DE PEDAGOGIA



Fragmento extraído de la novela
El cordero carnívoro
de Agustín Gómez Arcos

Mi hermano me ayudó a saltar la barrera que separa la niñez de la pubertad. Sus dedos y sus labios se detienen tan a menudo sobre las distintas partes de mi anatomía, que consigue despertar en mí la curiosidad de mi cuerpo. Gracias a él descubrí los espejos. La primera vez que me miré en un espejo, no con la intención de ver reflejada mi imagen, sino la que mi hermano tenía de mí, me sorprendí y hasta me turbé. Pero a pesar de la timidez con la que constato los diversos cambios que se van operando en mi persona, llevo enseguida la mirada hacia la contemplación. Intento comprender por qué las caricias más frecuentes de mi hermano están relacionadas con determinadas partes de mi cuerpo (Incluso en la oscuridad, no se pierde nunca. Su precisión es indiscutible) Y comprendo: mi cuerpo tiene la belleza fugaz de un dibujo que se volatiliza. Será por eso por lo que mi hermano Antonio lo estrecha tan fuerte entre sus brazos. Ahora sí que entiendo la dulce mirada de mi hermano y su deseo, cada vez más fuerte y más salvaje, de fundirme con él. En eso se comporta como un creador. Tiene la impresión- más que eso la certeza de que me moldea, día tras día, a imagen de algo especial que, sin duda alguna, ama inconscientemente. Y con pasión. Los dos o tres pelillos rubios que empiezan a salirme en los sobacos, los descubrió él. También él me hace ver que mi pene es rosa, mientras que él suyo es oscuro. Cabría subrayar otras diferencias sustanciales entre nosotros, de las que no hablo, referidas a mi edad a la suya, a mi delgadez y a su corpulencia. No quiero que se deje llevar por una vanidad desmedida. Sin embargo, mi hermano Antonio no descuida sus estudios ni mi educación. De las ciencias naturales, pasamos a las caricias; del agotamiento físico, a la multiplicación. Nunca podré separar el erotismo y primeros conocimientos. Dos por dos son cuatro besos, y así toda la tabla. Ejercita su imaginación para poder en práctica sobre mi cuerpo sensual todo lo que quiere enseñarme, ya sea geografía o gramática. así, por ejemplo, sobre mi tetilla derecha coloca el Finisterre; sus labios bajan suavemente hasta mi ombligo – Madrid- y luego hasta mi ingle derecha: ahí está Gibraltar. La “t” es una consonante dental: su lengua sabe indicarme exactamente, en el interior de mi boca, el lugar preciso donde debo apoyar la lengua para entenderle mecanismo de pronunciación. Mientras mi cuerpo siga vivo recordaré, encantado, ese montón de cosas absurdas llamadas cultura general. Y el día que el cuerpo de mi hermano Antonio muera para siempre, mi cultura general morirá con él.

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