Fragmento extraído de la novela
El edificio Yacubian de Alaa Al aswani
Antes de la medianoche se abrió le puerta del bar y apareció Hatim Raichid, acompañado de un joven moreno de unos veinte años con ropa sencilla y la cabeza afeitada como los soldados. Los de dentro ya habían bebido mucho y los gritos y cánticos habían comenzado a subir el tono, pero al entrar Hatim el ruido disminuyó y se lo miraban con cierta curiosidad y recelo. Sabían que era codiana, pero un obstáculo natural y consistente los negaba el trato familiar con él, incluso el cliente insolente y libertino no podía sino tratarlo con respeto. Y eso por muchos razones. El señor Hatim Raichid era un conocido periodista y jefe de redacción del diario Le Caire, que se editaba en francés en El Cairo, y un aristócrata por tradición. su madre era francesa y su padre el famoso doctor Hassan Raichid Al-Qamuni, decano de la facultad de Derecho en los cincuenta. Además Hatim era de aquellos homosexuales conservadores, si se puede decir así, que no se rebajan ni maquillan, ni caminan de manera provocadora, como hacen las codiana. En su aspecto y su comportamiento se situaba hábilmente entre la fina elegancia y el afeminamiento. Esta noche, por ejemplo, llevaba un vestido rojo de intenso color vivo y un pañuelo amarillo que le cubría el cuello esbelto, casi escondido bajo una camisa rosa de seda natural y de cuello amplio, que le caía sobre el pecho d ela chaqueta. Es elegante, de cuerpo distinguido y rasgos franceses refinados. Parecería un figurante estrella de cine si no fuera por las arrugas que le han dejado en la cara la vida agitada y aquel malestar misterioso, repugnante y miserable, que siempre envuelve el rostro de los homosexuales.
Aziz, el inglés, se adelanta para saludarlo. Hatim le da la mano con simpatía, y señalando con elegancia al su joven amigo dijo: Abd Rabbu, mi amigo… recluta de la Seguridad Central. / Bienvenido, respondió Aziz sonriente y repasando el fuerte y musculoso cuerpo del joven. Los acompañó a una mesa tranquila al final del bar y les tomó nota: una copa de gin-tónic para Hatim y una cerveza de importación para Abd Rabbu, con unos aperitivos calientes. Poco a poco los clientes dejaron de prestarles atención y retomaron las conversaciones. Los dos amigos parecían iniciar una larga y agotadoras disputa. Hatim hablaba en voz baja mirando a su amigo e intentando convencerle, mientras que Abd Rabbu escuchaba sin simpatía y respondía con agresividad. Hatim callaba un rato y volvía a intentarlo. La conversación duró a este ritmo cerca de una hora y media, durante la cual tomaron dos botellas de cerveza y tres copas de gin. Al final Hatim, apoyado sobre el respaldo de la silla, dirigió una profunda mirada a Abdah.
¿Es tu última palabra? Abdah a quien le había comenzado a subir el alcohol, respondió en voz alta: Sí, / Abdah acompáñame esta noche y por la mañana ya hablaremos / No, Por favor, Abdah. / No/ Muy bien, ¿podemos hablar con calma? No estés tan arisco, susurró Hatim con coqueteo, acariciando con los dedos la enorme mano de su compañero extendida en la mesa. Esta insistencia resultó asfixiante para Abdah, que retiró la mano y gimiendo dijo en tono entristecido. Te he dicho que no puedo pasar la noche contigo. La semana pasada llegué tres veces tarde por culpa tuya. El oficial me impondrá un castigo / No padezcas… tengo contacto con el oficial…/ Basta. Gritó con desesperación Abdah y dio un golpe ea la copa de cerveza, que cayó ruidosamente. Se levantó y mirando a Hatim con rabia corrió hacia la salida. Hatim sacó unos billetes de la cartera, los lanzó encima de la mesa y se precipitó detrás de su amigo. el silencio inundó el bar durante unos segundos…
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