Fragmento extraído del relato Pirografía
de Edmund White
Danny era delgado y musculoso, tenía unas cejas muy negras, el cabello castaño, sedoso y con la pare superior aclarada por el sol, una piel bronceada en la que brillaba un vello dorado, unos dientes maravillosamente blancos y una muela de oro, situada bastante adentro de su boca. Era bueno en todos los deportes, pero un verdadero campeón en natación, aunque no se llevaba bien con sus compañeros de equipo; según dijo eran unos pesados. Otis había advertido a Howard que Danny no sabía cómo controlar sus cambios de humor. A Howard le gustaban las cejas de Danny, que casi se juntaban en el centro y la inteligencia ¿ o era cautela? de sus ojos color castaño claro con motas doradas, una clase de inteligencia, en cualquier caso, que Howard no entendía o a la que no podía halagar fácilmente. Los ojos de Danny parecía joyas de época cuyo baño de oro se hubiera descarillado. Incluso cuando Howard miraba al frente podía sentir la presencia de Danny detrás de él, no era desasosiego sino la energía contenida del nadador en el borde de la piscina a punto para zambullirse.
De vuelta al coche, Danny se puso al volante y Otis se sentó en el asiento trasero. Howard observaba a Otis mientras éste rasgueaba su guitarra. Tenía la nariz pequeña, el cabello de color pajizo, bien arreglado y con un remolino en la coronilla, una piel perfecta y unas pestañas tan pálidas que sólo eran visibles con ese contraluz. Cuando reía s ele formaba un solo pliegue en la frente. Sus ojos eran de color de un lapislázuli que hubiera estado demasiado tiempo expuesto al sol, y sus dientes eran ligeramente amarillentos a causa de algún antibiótico que le habían administrado de niño. Su cuerpo casi no tenía vello, sólo una borrosa línea de color castaño claro situada exactamente debajo de la pantorrilla, como si un pintor hubiera humedecido su pulgar y hubiera hecho una marca justo en aquel sitio. Su rasgo más distintivo era la forma que tenía de reír. Sostenía durante un momento una especie de sonrisa inmóvil, mientras sus ojos permanecían en reposo, enigmáticos, y después de ese extraño retraso soltaba unas carcajadas de tenor.
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